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Columna
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Los jueces y los medios

El Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha contratado, por primera vez en su historia, a un responsable de prensa, y parece que la práctica se extenderá a otras instancias judiciales. Se dice que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco va a adoptar la misma medida, si bien lo hará tras la toma de posesión de su nuevo presidente.

Contar con servicios de prensa en los órganos judiciales parece una claudicación intelectual. La judicatura agacha la testuz ante una sociedad que no vive de argumentaciones, sino de imágenes. Los jueces se habían resistido a naufragar en las agitadas aguas de los medios, donde toda clase de instituciones y personajes viven condicionados por un vertiginoso alud de rumores y filtraciones, réplicas y contrarréplicas, revelaciones y desmentidos. Cuando estudiaba Derecho se nos decía que los jueces hablan a través de providencias, autos y sentencias. A partir de ahora empezarán a hablar como todo el mundo: mediante comunicados, entrevistas y ruedas de prensa. En cierto modo lo lamento. Es como si cayera una última barrera de rigor intelectual frente a la marea irresistible de los medios; es como si la riqueza conceptual del Derecho, su capacidad para decantar la realidad en virtud de los complejos matices de la ley, se sometieran a una ley más fuerte: la de los eslóganes trillados, los fraseos lapidarios y los titulares periodísticos.

El periodismo, permítase el chiste, es un oficio con mala prensa. Cualquier experto en algo, cuando examina noticias vinculadas a su especialidad, concluye que es reduccionista, cuando no flagrantemente inexacta. Sólo los políticos, profesionales por definición de lo mediático, saben que su discurso debe ser tan ínfimo como el que exige la brevedad televisiva o la concisión de un titular. Y si el periodismo, como tal, es denigrado, el subgénero de los gabinetes de prensa parece el colmo de la desvergüenza. Si el discurso del periodista se considera inexacto, con el discurso del gabinete de prensa se va mucho más lejos: es un monumento a la mentira. La gente opina que todo asesor de prensa es una especie de Goebbels en pequeño, dispuesto a iluminar las bondades de su institución y a ocultar sus miserias. Y aún habiendo en esto algo de verdad, la gente opina que es la verdad entera.

Resulta curioso, sin embargo, que la decisión de los jueces de contar con gabinetes de prensa demuestra que cada vez son más necesarios. El mundo mediático reduce la expresión de la verdad a líneas tan elementales que, al final, la verdad se desfigura. En términos de divulgación pública, la exposición reposada, minuciosa y pormenorizada de una idea resulta ya empresa imposible, y ello obliga a todos los que se mueven, aún contra su voluntad, bajo la presión informativa a establecer medidas de autodefensa, ya que el sistema mediático puede liquidar cualquier proyecto con el mero recurso a la maledicencia o el prejuicio. Un gabinete de prensa no sirve mejor a la verdad que cualquier periodista. Por eso un gabinete de prensa tiene su prosaica justificación en los móviles de legítima defensa que asisten a cualquiera frente a un torbellino de fuentes no reveladas, anónimas denuncias, procesos inquisitoriales y juicios sumarísimos. Es una amarga broma procesal que, garantizada por la democracia el juicio público y con contradicción de partes, el tenebroso sistema inquisitorial renazca ahora, no ya en los juzgados, sino en la prensa, en las tertulias o en el estricto minutaje de un telediario.

Un gabinete de prensa garantiza a cualquier institución que las armas mediáticas que se utilicen en su contra estarán disponibles también para la réplica. Simplemente. Nada de todo esto tiene que ver con la verdad. A un juez, acostumbrado a aguzar el entendimiento, debe dolerle que cualquier político pueda extender sobre él una sombra de sospecha con la mera difusión de una charada en los medios. Porque al juez en cuestión la argumentación fundada y detenida ya no puede salvarle: sólo puede hacerlo una estrategia mediática, tan mediática (tan simple) como la que han utilizado en su contra.

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