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El 'caso Carod'

Los vuelos transcontinentales deben de ser algo parecido a un agujero negro. Una se monta en una especie de butifarra alada y se pasa un montón de horas emulando a los mejores funambulistas del planeta, peleando diestramente con el dedo del pie que se durmió, con el pie entero, con la pierna, con el brazo derecho y con el maldito cuello que no entiende qué puñetas está pasando. Para colmo, al lado se sienta un cura con alzacuello que te mira con esa cara de mujer del primer mundo descarriada, él que viene del tercero para volver a cristianizarnos. Y el coro de niños que lloran a coro, y las mamás de los niños que gritan a coro que dejen de llorar. Y finalmente llega el sueño, pero es un sueño de batidora, tan poblado de todo tipo de pesadillas, que mejor coger lápiz y papel y ponerse a escribir este artículo.

Artículo bendecido, bendito el pobre, porque al lado leen la Biblia con sonsonete, como si quisieran abofetear mi alma atea e impenitente. En fin, si sirve de algo la lectura, me llegará por ósmosis de asiento...

¡Escribir este artículo! El ruido ha sido tan ensordecedor y de tal calibre ha sido la hoguera, que tanto el humo como el eco han llegado hasta el nuevo mundo, y lo han hecho en forma de delirio. Lo de Carod y, sobre todo, lo del PP respecto a Carod ha sido uno de esos momentos de locura colectiva que, visto con la precisión de la distancia, provoca un bochorno denso. Como se ha dicho mucho sobre el caso Carod, sólo repetiré lo básico: que Carod fue ingenuo, inoportuno, inmaduro y, respecto a Maragall, muy desleal. Pero nada comparable con algunas sonoras e históricas deslealtades, como la de Felipe González cuando nos metió en la OTAN o la de Aznar cuando nos implicó en una guerra inmoral. Al fin y al cabo, Carod sólo ha intentado poner palabras allí donde habita la locura, mientras que Aznar hizo el camino contrario... Sin embargo, lejos de situar el asunto en su contexto e incluso aprovechar la pequeña fisura abierta en el hielo de la violencia, el mundo mundial que vive y gruñe en la calle de Génova, ha enloquecido de placer voraz, ha soltado los caballos del Apocalipsis y ha deslenguado todas las lenguas bífidas que bienviven en su nómina. El resultado es un linchamiento que, en el intento de colgar a Carod en la plaza pública, lo que intenta es colgar a toda Cataluña.

Permitan unas reflexiones a destiempo. La primera se refiere al PP: ¿hasta cuándo este acoso violentista a todo lo que no sea español pata negra, dinamitando los puentes, cerrando las bocas, asustando los futuros, violentando los presentes y, sobre todo, usando la vergüenza del terror como anuncio publicitario? Que todo este ejército de conversos intente ahora dar lecciones de democracia a personas como Carod da la medida exacta de lo que es la vergüenza política.

Pero no sólo existe el tema PP. Existe sobre todo el tema Estado, y del Estado sus servicios de inteligencia. Hay que dar las gracias al escándalo por suministrarnos un retrato impagable de cómo y para quién funcionan las estructuras más opacas de la seguridad. Veamos. Primero, espían con normalidad a líderes políticos democráticos. Después, no tienen empaque en insultar a las instituciones catalanas despreciando el alto cargo público del líder en cuestión. Como lo suyo es el espionaje publicitario, observan y graban una reunioncita con ETA y no actúan, no detienen, no procesan... Y para colmo de ejemplo democrático, montan el dosier informativo y lo regalan al Abc, con copia en La Moncloa. ¿Qué habría pasado con Tony Blair si hubiera protagonizado tamaño escándalo? ¿Recordamos que Narcís Serra dimitió por mucho menos? En fin, ahí están, obsérvenlos, unos servicios de inteligencia que dejan escapar a unos etarras pero consiguen no dejar escapar las rentas partidistas de hacer público el encuentro. ¡Dios mío! Creo que voy a robarle la Biblia al cura...

Hay aspectos colaterales que no son menores. Por ejemplo, ¿tenía que dimitir Carod? Creo que es desproporcionado y que atiende más al pánico electoral del pobre Rodríguez Zapatero que a la lógica catalana. Diré más: si tenía que dimitir, ¿no era lícito hacerlo por decisión soberana del Parlament? Es decir, ¿no era ante el Parlament donde tenía que poner su cargo a disposición y pedir el aval de los votos? Para eso está, según pareciera... Porque la pirueta brillante de presentarse a elecciones y convertirlas en plebiscito es una linda trampa. Unas elecciones ni son ni tienen que ser un referéndum, y si ello ocurre, se sustrae la lógica política que toda elección comporta. Las elecciones no son el lavadero público de los escándalos, y menos si son planteadas en términos de épica patria.

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Finalmente, una cuestión moral. ¿Es inmoral reunirse con ETA para pedir una tregua? Puede que Carod haya tenido una sobredosis de vanidad, puede que se crea más de lo que es, pero lo único cierto es que hablar no mata y que en Cataluña pedimos, suplicamos, exigimos mesas donde hablar y gente que quiera hacerlo. Recuerda Pasqual que eso mismo exigía Ernest Lluch... Lo inmoral no ha sido el gesto, incluso con inoportunidad añadida. Lo inmoral es convertir ese gesto en un acoso y derribo a la voluntad de hablar. Nuevamente, a la palabra se la ataca con el ruido.

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