Dirección prohibida
La novela comienza en presente, un presente cortante como el frío de la mañana. El narrador cuenta desde ese presente una historia que sucedió dos años atrás y cuyas consecuencias le tienen atado a su relato. Habla con frases cortas, es escueto, es lacónico y está obsesionado. Con su estilo se define a sí mismo, un ex policía apartado del Cuerpo que hoy es detective privado. La novela comienza a desenvolverse de manera fragmentaria en tiempos y en escenas, es la memoria la que trabaja. Todo -el estilo, la fragmentariedad, las mezclas- deja una imagen medio borrosa o quizá sea mejor decir inestable. El lector ha de estar atento: avanza entre una maraña de líneas y párrafos. Y tal como se despeja la niebla una vez atravesada, poco a poco va viniendo la luz, la historia.
LA LUZ DEL DÍA
Graham Swift
Traducción de Daniel Najmías
Anagrama. Barcelona, 2004
320 páginas. 16 euros
La mente del ex policía y de-
tective no es la de un analista sino la de un observador: por eso cuenta: momentos, escenas, gestos, frases, retazos...
para formar ante el lector el cuadro de su entendimiento. Cuando Swift decide abrir la novela, pasar del breve estadio de mezcolanza inicial -producto de la posición del narrador, pues éste habla de lo que ya sabe y el lector aún no, aún debe abrirse camino por la mente del narrador- al desarrollo dramático, lo que hace es ir abriendo las líneas centrales y secundarias del relato. Estas vías se manifiestan cada vez con mayor nitidez y entonces es cuando empiezan a contrastarse y, al hacerlo, van poco a poco cuadrando la historia.
¿Cuál es la historia? La vía central es la que se mueve en paralelo en dos direcciones de un mismo sentido: la relación profesional del detective con su cliente, Sarah, y la relación amorosa del marido de Sarah, Bob, con su amante Katrina. Esta doble vía es la que se dirige al punto cuyo desarrollo ocupará el último cuarto de la novela: saber qué pasó con la misión que tiene George (el detective) de seguir a los amantes y asistir a su despedida definitiva para confirmárselo a su cliente. Pero algo extraordinario sucede después. A ese punto, a ese después, en una especie de relato al ralentí, es adonde se dirigen esta vía de doble dirección y la novela en sí.
Las vías secundarias se refieren todas al detective: la relación con su hija, que vuelve a él tras una larga separación que coincidió también con el abandono de que fue objeto por parte de su mujer; el recuerdo de un asunto de infancia relacionado con su padre y que reproduce una situación en parte semejante a la que él se ve obligado a perseguir: un adulterio; la relación consigo mismo respecto a su expulsión del Cuerpo de Policía; la relación con Bob en su tumba; la relación con su secretaria que, a su vez, le observa; y, finalmente, la declaración que está haciendo ante su antiguo compañero de la Policía, Marsh. Todas ellas confluyen en la relación de George y Sarah.
Lo verdaderamente distinto
de esta historia es que todo sucede finalmente en torno a una obsesión, la del detective por su cliente; pero no es una obsesión que comporte una relación de amantes y todo lo que eso llevaría consigo; en realidad es un catalizador de los momentos decisivos de su vida que, en cierto modo, al acudir a él, al llamarlos él también, lo enmallan. La pregunta que el lector se hace mientras va leyendo esta absorbente historia es para saber cuál es el hilo conductor de esta obsesión que le lleva a revisar su vida y a ser enredado de nuevo por ella y, sobre todo, qué es lo que le conduce a esa suerte de sujeción a la que se obliga con su cliente, encerrada en la cárcel por diez años por el asesinato de su marido.
El último cuarto de la novela relata, como dije, al ralentí, todo lo que ocurrió aquel día en que Bob y Katrina se separaron para siempre y Bob regresó a casa a reanudar su vida con Sarah, que lo aguardaba para cenar. Es una reconstrucción minuciosa, obsesiva también, detrás de la cual se encuentra la incomprensión de los afectos y las relaciones en general, la extrema y paradójica individualidad de las relaciones entre las personas; el observador observa y se da cuenta de que detrás de lo que su oficio le ha obligado a cumplir hay algo más: un cuestionamiento del sentido de las relaciones afectivas y, más aún que del sentido, de los equivocados fines con que se mueven esas relaciones a lo largo de la vida y de la ceguera objetiva para reconocer lo que verdaderamente significan en cada caso. El observador, que emplea su perspicacia para perseguir relaciones adulterinas por encargo, se ve atrapado por el conflicto de su propia vida. Y ahora tiene cincuenta años y está sujeto a la figura de una mujer que representa la incomprensión de las cosas de la vida, de su vida.
Pero hay un agujero en la novela. La peculiar relación George-Sarah no acaba de dibujarse, es decir, no acaba de dibujar su fundamento; y ese agujero se nota, algo se escapa por ahí. Graham Swift concibe y construye esta compleja novela con verdadero talento, pero en la relación Sarah-George el lector necesita ver cosas que sólo se le dicen. Sin embargo, Swift -el mejor escritor de su generación en mi opinión- ha vuelto a arriesgar a fondo. Ésa es su gran baza.
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