"La mejor manera de decir es hacer"
El médico Antonio Vergara atiende a enfermos de sida sin recursos en Chiclana de la Frontera desde 1996
Muchos de los que entran por las puertas de Gerasa lo hacen para morir allí. Otros no lo saben cuando llegan, pero su vida está fuera. Y hay algunos cuyo destino estará siempre unido a este hogar para enfermos de sida situado en Chiclana de la Frontera (Cádiz). Con ellos está Antonio Vergara, de 52 años, un médico que coordina la unidad de enfermedades infecciosas en el hospital de Puerto Real y que es vicepresidente de la organización que arropó el proyecto.
Antonio es un hombre alto, muy alto. Tiene el pelo largo, de color claro, la barba poblada y unos ojos grandes y azules que parece que dicen "sí" cuando en realidad dicen "no". Una especie de Jesucristo Superstar con la paciencia de Job. "¡Dame un cigarro! ¡Dame un cigarro! ¡Un cigarro, un cigarro, un cigarro, pisha, un cigarro!" Manuel tiene 41 años, pero está tan enfermo que parece que tiene 20 más. Tiene sida. Llegó hace poco en coma al hogar. Ahora Antonio se sienta en su cama y lo mira como si fuera un hijo: "Escúchame, Manuel. ¿Cuántos cigarros te fumas al día? Viniste muy malito, y ya te levantas, te puedes sentar, ¿Es verdad, o no?". "Un cigarro, un cigarro..." "Después". Manuel se queda sin cigarro, pero tan conforme. Porque Antonio, cuando dice a los enfermos "no", parece que les dice "sí".
A Antonio no le gusta hablar de él mismo. Cuenta su historia siempre en plural: él y otros médicos. En su carpeta lleva una pegatina con una frase del político y escritor cubano José Martí: "Hay tiempos en los que la mejor manera de decir es hacer". Él no habla, simplemente lo hace. "Cuando apareció el sida, un grupo de médicos ya habíamos visto las enfermedades que traía la droga. La mayor parte de los sidas que tratábamos venían de inyectarse la droga. Pero, cuando dejaban de tener fiebre, ¿qué podíamos hacer con ellos, sino darles el alta? Tuvimos que buscar recursos para ellos, porque eran personas abandonadas, esqueletos vivientes". De ahí surgió la idea en 1996 de crear Gerasa, nombre de una ciudad palestina donde se atendían leprosos citada en el Antiguo Testamento.
"Nuestro objetivo inicial era que vinieran a morir dignamente. Los enfermos de sida que eran homosexuales o hemofílicos no tenían ese problema de indigencia. Los drogadictos, sí", explica. Vergara asegura que han logrado que muchos se reintegren en la sociedad. "Las casas como ésta son recursos imprescindibles para este tipo de sida, el sida tirao", agrega.
Vergara camina por los pasillos de la casa con la energía que les falta a los pacientes. Les habla con cariño y paciencia. "Quiero irme. Llama a mi madre, que venga a recogerme", le dice uno. Pero Antonio dice que no puede ser: "Es que su madre es muy mayor y no puede cuidar de él. En cuanto se va con ella, se le escapa de las manos y vuelve a beber".
El 80% de los que ingresan en el hogar se recuperan, pero la reinserción es difícil en muchos casos. Es difícil entender cómo alguien puede vivir allí: jóvenes que parecen viejos, mujeres sin dientes que una vez fueron guapas, fantasmas que se arrastran por los pasillos con la mirada perdida y, también, la esperanza de los que olvidan la droga. Antonio Vergara no necesita muchas palabras para explicar por qué hace lo que hace. Sólo dos: "Justicia social".
Camino de la recuperación
Paradojas de la vida. Los enfermos de Gerasa que más cuidados necesitan son los que superan su infierno. Además de atención sanitaria para recuperarse física y psicológicamente, necesitan muchas horas para readaptarse a la sociedad que les espera fuera. Y, para eso, hace falta gente que trabaje con ellos. Además de Antonio Vergara, hay otros dos médicos, fundadores también del hogar -Antonio Bascuñana y José Antonio Girón-; tres monjas enfermeras, una secretaria, una fisioterapeuta, una educadora, una trabajadora social y un psicoterapeuta, que cuidan de 26 pacientes.
"Cuando los enfermos llegan aquí vienen sin costumbres, sin disciplina, sin horario ni responsabilidad. Porque son personas que han vivido en la selva", dice Antonio. Al principio reciben atención sanitaria exclusivamente. Las monjas duermen allí y los cuidan día y noche. Los enfermos que logran recuperarse sufren tantas lesiones que tienen que someterse a un programa de rehabilitación en el gimnasio que hay dentro de las dependencias. Y, finalmente, participan en actividades educativas y talleres de pintura, lectura o bricolaje, donde se les intenta enseñar un oficio para que puedan luego reintegrarse en el mercado laboral. A partir de ahí, están listos para pasar a comunidades terapéuticas, donde se someten al proceso final de superación de su drogodependencia.
El 45% de los ingresos que recibe Gerasa proviene de socios y ayudas privadas, además de actividades que organizan sus miembros para recolectar dinero. El 55% restante procede de administraciones públicas, locales, provinciales y regionales. Los gastos son constantes dentro del hogar Gerasa. Hace apenas unos días, la Consejería de Asuntos Sociales firmó un convenio con Gerasa, con lo que la mitad de las plazas de la residencia están aseguradas. La intención de Antonio Vergara es conseguir una subvención fija que asegure todas las plazas, pero que, de momento, no ha llegado.
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