El ser o no ser de la 'sopa de quarks'
Un voluminoso e insulso centro de conferencias de la neblinosa ciudad de Oakland (California) se convirtió hace unos días en el Elsinor de la física de partículas. El espíritu que constantemente aparecía, desaparecía y volvía a aparecer en un congreso científico no era la sombra de un rey asesinado, como en Hamlet, sino un soplo de materia primordial con un nombre de otro mundo: el plasma de quarks y gluones. En este drama, como en el original, no solamente hubo un choque de grandes fuerzas, sino también lo que algunos consideraron traición y un tanto de venganza. Arrastró a un par de grandes centros de la física -el europeo CERN y el estadounidense Brookhaven National Laboratory- que han seguido ávidamente lo que sería uno de los descubrimientos más importantes de la ciencia.
En el congreso fue Brookhaven quien hizo de Hamlet, y planteó tenazmente una duda tras otra respecto al significado de sus propios datos: los científicos del laboratorio se negaban a reconocer que ellos hubieran creado el plasma, a pesar de opiniones personales. "Desde un punto de vista personal nunca apostaría en contra a estas alturas", dijo Thomas B. Kirk, director asociado de Brookhaven de física nuclear y de altas energías. Pero sus dudas, así como las del laboratorio en general, pronto fueron expuestas ante todos. "Otros se dejaron engañar antes", dijo con un tono misterioso. Por el momento, dijo, el laboratorio no hará ningún anuncio.
Desde junio de 2000, el acelerador Relativistic Heavy Ion Collider (RHIC) de Brookhaven ha estado estrellando núcleos de oro a una velocidad próxima a la de la luz. El objetivo era extraer de los protones y neutrones del núcleo del oro sus partículas misteriosas pero fundamentales llamadas quarks y y crear una sopa, el plasma, que no contuviera la más mínima materia ordinaria. Dado que probablemente la última vez que existió duró solamente unos microsegundos tras el comienzo del Big Bang, el plasma de quarks y gluones es una de las sustancias más codiciadas por la ciencia.
El problema es que en febrero de 2000 científicos del CERN anunciaron los primeros indicios de este nuevo estado de la materia y fueron duramente criticados por los estadounidenses, que entonces ponían a punto su acelerador de 470 millones de euros con el mismo fin. Ahora, los datos de Brookhaven indican que los europeos podían tener razón y que ellos mismos han tenido éxito, pero el recuerdo de aquella bronca les hace ser particularmente cautelosos.
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