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Columna
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Estrellas

Manuel Vicent

En realidad, los agujeros negros del espacio infinito, que se tragan galaxias enteras, se asemejan a los orificios de nuestra humilde nariz, porque con un poco de práctica, respirando correctamente, cualquiera puede introducir todo el universo en los pulmones para transformarlo en sangre. Esta hazaña espiritual está al alcance de cualquier persona sensible, pero hay que seguir algunas reglas. Siéntese con la espalda recta sobre el aspa de las piernas, cierre los ojos, concentre la mente en la nada, disuelva el yo hasta olvidar el propio nombre e imagine por un momento que todos los astros del firmamento se contraen en un punto luminoso. Si su concentración es muy potente sentirá que esa mínima ascua, atraída y guiada a placer por una lenta inhalación, atraviesa toda la oscuridad del espacio, entra en la atmósfera terrestre, perfora limpiamente la pared de la habitación, se posa en las aletas de su nariz y las hace vibrar como las alas de una libélula. De pronto, los pulmones se llenan de estrellas. Hay que retenerlas allí con la respiración contenida todo el tiempo posible. Una vez sometidas a un deseo ferviente, con esas esferas celestes uno puede hacer cualquier cosa. Puede llevar la constelación de Orión al hígado, dejar la Casiopea colgada de la rabadilla, llenar de polvo cósmico el intestino grueso o liberarlas de nuevo a través de las uñas iluminadas. Usted es capaz de eso y más. Someter los astros incandescentes, puros, armónicos y algebraicos a la mente es muy fácil. Pero este ejercicio se complica cuando el iniciado pretende inhalar la suciedad del mundo que le rodea. Hay que realizar un esfuerzo sobrehumano para que el agujero negro absorba la basura diaria que flota en el ambiente alrededor del yo. Empiece de nuevo. Ponga el trasero en la alfombra, concentre su mente en la nada, respire profundamente. Una detrás de otra las galaxias en fila emprenderán camino en dirección a su nariz y cuando, al inhalarlas, se sienta uno el ser más puro del universo, sin duda, oirá un enorme rebuzno de un asno que cruza la Tierra formando parte del oxígeno del aire, y a ese sonido seguirá el guirigay de innumerables monos, muchos de ellos armados y algunos coronados con mitras, birretes y gorras de plato. No obstante, inspire, inspire. Trate de meter toda la historia de este jodido mundo por la nariz para convertirla en anhídrido carbónico. Al final puede que le quede colgada del diafragma una estrella que no ha querido volver al espacio.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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