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Reportaje:

Un arma larga en cada casa

En Al Hamza, donde fue atacado el guardia civil español, se respira una visible hostilidad contra las tropas extranjeras

Jorge Marirrodriga

"Apenas tenemos algunos fusiles, mientras ahí fuera los delincuentes tienen todo lo que uno pueda imaginarse, fusiles automáticos, morteros, granadas RPG...", se queja Raid Salman, jefe adjunto de policía de la localidad de Al Hamza, donde el pasado jueves resultó tiroteado el comandante de la Guardia Civil Gonzalo Pérez García cuando participaba en el registro de una vivienda.

El municipio de Al Hamza, a unos 40 kilómetros al sur de Diwaniya, tiene unos 100.000 habitantes. En cada casa hay, por lo menos un arma larga, cuando no munición y armamento militar obtenido en el saqueo de los cuarteles del disuelto Ejército de Sadam Husein. Con apenas 90 policías, algunos fusiles de asalto kaláshnikov y tres destartaladas furgonetas marca Toyota, Salman tiene la obligación de controlar la conflictiva localidad.

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La culpa de esta precaria situación, según el funcionario, recae sobre las tropas internacionales presentes en Irak, y en concreto las españolas. "Los españoles y los americanos han dejado de aceptar nuevas inscripciones en la policía de aquí, y apenas llegamos a los 100 agentes", asegura.

Al Hamza es el principal foco de la delincuencia organizada de la provincia de Diwaniya, bajo responsabilidad de las tropa españolas. El tráfico de armas y de combustible son las principales actividades de unos incipientes grupos mafiosos que han visto multiplicada su fuerza ante la situación de inseguridad que atraviesa el país.

El responsable policial señala que la vivienda registrada el pasado jueves pertenecía a un conocido delincuente de la zona y está situada en Shufar, a unos 12 kilómetros al sur de Al Hamza. La delincuencia en Shufar no es algo llegado con el caos de la posguerra y la falta de autoridad en Irak, ya en los tiempos de Sadam el lugar ya tenía fama de servir de base para salteadores de carreteras y ser el centro de algunas pequeñas mafias de contrabandistas. "Ahora es un lugar muy peligroso", subraya el jefe policial, rodeado en su pequeño cuartel por seis de sus hombres, ninguno de los cuales lleva uniforme y la acreditación correspondiente es apenas visible entre sus ropas. Ni siquiera todos van armados de los fusiles de asalto kaláshnikov. "Estamos en clara inferioridad".

Las tropas españolas se han hecho cargo de la investigación del tiroteo del que Salman tiene su propia versión. "Cuando terminó el registro de la casa en Shufar, el militar español y los dos policías iraquíes -ninguno de Al Hamza, sino de Diwaniya- se quedaron unos momentos dentro, entonces llegó a la casa un coche y al ver que había gente de uniforme salió de allí a toda velocidad. El español y los iraquíes montaron en un vehículo con dirección a Al Hamza, entonces comenzó a perseguirlos el coche que poco antes había huido y allí se entabló el tiroteo". La casa permanece vacía sin que sus dueños hayan regresado, pero el responsable policial no descarta que se encuentren por los alrededores.

A pesar de estar en un zona chií, y por tanto relativamente tranquila ante la presencia de tropas internacionales, en Al Hamza se respira una visible hostilidad contra las tropas extranjeras. Varias pancartas colgadas a la entrada de la población y en alguna plazoleta reclaman -una en inglés y otras en árabe- la devolución de la soberanía a Irak y la celebración inmediata de elecciones generales donde "cada ciudadano iraquí signifique un voto". El municipio ha sido escenario de emboscadas contra patrullas de la Legión en los pasados meses de septiembre y octubre.

Los habitantes del lugar juegan abiertamente con la ambigüedad cuando son preguntados por las mafias locales. "Nosotros no nos consideramos ladrones, sólo hacemos lo que debemos para poder sobrevivir", asegura Alí Huseini, quien regenta una tienda de alimentos. "Los españoles deberían dejarnos elegir a nuestro Gobierno", añade.

Por las calles de Al Hamza, cubiertas de barro por las lluvias, sin alcantarillado y donde la mayor parte de los negocios están instalados bajo precarios chamizos al aire libre, todas las mujeres caminan cubiertas por el abaya, una pieza de tela que les tapa de la cabeza a los pies dejando visible el rostro, mientras la mayoría de los hombres porta la kefia, el pañuelo de los beduinos. "Aquí sólo tratamos de salir adelante, no sé porqué nos llaman criminales", dice sonriendo Abderraman Karrak, vendedor ambulante de toda clase de objetos. "Es mejor no preguntar de dónde los saca", añade por lo bajo un policía.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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