El enemigo es Dios
Sherwin Wine, el padre del judaísmo secular moderno, ha escrito en su último libro una frase simple pero fulminante: "El racionalismo no está de moda". Bien arropado el mundo y sus instintos básicos por la resurrección gloriosa de los viejos dioses, los herederos de Voltaire no estamos en el hit parade de las preferencias. Para decirlo en términos más literarios, la Biblia en versión Bush o el Corán en versión saudí tienen hoy más predicamento que el Enciclopedismo y la Ilustración. Somos hijos de la revolución laica, y de ella nacen nuestras mejores leyes, nuestra moral civil, nuestra garantía democrática. Pero también lo somos de nuestros miedos atávicos, esclavos del pánico que la muerte nos continúa produciendo, a pesar de intentar despistarla. "Hay que ser muy libre para no creer", me decía un ateo militante, y la afirmación me parece inapelable. La comodidad pasa por la esclavitud, y la fe es una cómoda cárcel donde no habitan las incertidumbres más opacas. Sin duda, el miedo a la libertad que Erich Fromm convirtió en una Biblia del racionalismo sigue vigente con renovada salud. Los dioses del mundo se han hecho un lifting y ahora nos aparecen como si fueran lo más nuevecito del pensamiento, a pesar de su flagrante decrepitud. Dioses ultraconservadores y despóticos, todos ellos con barba masculina, fanáticos del sexismo y de la homofobia, guerreros sin escrúpulos y, sin duda, enemigos de la libertad. ¿Puede Dios ser de izquierdas? A tenor de los amigos solidarios y sensibles que creen en él, y a pesar de no haberme sido presentado, en algún lugar del mundo debe de existir ese Dios con zapatillas que José Luis Martín inmortalizó. Pero el Dios que cabalga al galope por el horizonte amenazador no es el abuelo compasivo y entrañable de nuestra infancia de Domund, sino el Dios castigador, implacable y amenazante que los Legionarios de Cristo se encargan de enseñar a los niños de cuatro años. El miedo hay que inculcarlo pronto... Ese nuevo Dios, tan viejo como la maldad, no tiene apuros en enseñar a amar la muerte a chavalines que tendrían que amar la vida. Y ahí están sus monstruos: hombres y mujeres que creen que la mejor manera de vivir es llenarse el cuerpo de bombas, subir a un autobús y matar a toda persona o niño que encuentren. Esos hombres y mujeres son creyentes y aspiran a subir al ascensor directo del paraíso; aunque en el paraíso musulmán, no sé muy bien dónde meten a las mujeres... ¿O no prometen a sus mártires que van a tener a un montón de ellas para uso privado eterno? Conociendo a los imames que predican en las Fuengirolas del planeta, el paraíso de las mujeres debe de ser hacer de odaliscas... ¡Vaya estafa! También Georges Bush es un creyente, lo cual es muy útil en su caso porque le permite pedir perdón por sus pecados. Los ateos a los que nos da por matar o extorsionar o violentar, ¿dónde buscamos refugio para la conciencia? Pero un buen cristiano postulante y observante y a la par norteamericano lo tiene fantástico con la confesión y la penitencia. ¡Hasta cabe la pena de muerte en sus rezos!
Somos hijos de la revolución laica, y de ella nacen nuestras mejores leyes y nuestra moral civil. También de nuestros miedos atávicos, y esclavos del pánico que la muerte nos produce
El Dios de Bush, que se atreve a expulsar del paraíso terrenal de la ley a todos los homosexuales, parejas de hecho y pecadores varios, y que además bendice los juegos de guerra de su devoto presidente, es el mismo Dios del rey Fahd saudí. Es el Dios que desprecia a los colectivos eternamente perseguidos, machista, heterosexual de boda religiosa y amante en la esquina. Las niñas nepalíes que son vendidas a jeques árabes ¿caben también en el paraíso de sus devotos propietarios? ¿Se encontrará Bush en el mismo paraíso al que irá, sin ninguna duda, Bin Laden? Porque los dos matan en nombre de Dios...
Leo en noticia pequeña que 40 organizaciones laicas piden que se retire la religión de las escuelas. Se lo piden a otro creyente, un tal Aznar, cuya implicación en la guerra no le ha supuesto ninguna crisis de fe. ¡Es fantástico! Yo quiero comprarme un dios de ésos, aunque sea en los encantes. Por supuesto, la noticia me alegra, aunque no me provee de muchas esperanzas. ¡Malos tiempos para la lírica racional! El mundo no está en fase de expansión librepensadora y ecléctica, sino en fase de retorno a los dogmas y los prejuicios, recuperado el Dios guerrero para desgracia de la libertad. Sin embargo, ¿podemos permitirnos, sin riesgo suicida, este retorno de los fanatismos? La ofensiva no es más Voltaire en las escuelas del mundo, sino más madrazas, más legionarios, más crucifijos, más miedo, más tensión, menos cultura. Miren ustedes a España: ¿qué éxito laico podemos presentar en los últimos años de democracia? Velos arriba y crucifijos abajo, lo único que ha sido amparado, tutelado, promocionado ha sido lo religioso.
Acabo con un matiz que espero que sea innecesario. Éste no es un artículo contra la trascendencia individual. Que cada cual viva y florezca en su íntima espiritualidad. Éste es un artículo contra los estafadores del mundo, esos que nos venden a Dios para hacernos esclavos.
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