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Cultura y nuevo Gobierno

Había expectación para ver quién sería el elegido o la elegida para el cargo de consejero o consejera de Cultura del nuevo Gobierno de la Generalitat. El partido socialista siempre ha presumido de buenas relaciones con el mundo de la cultura y en el sector las quinielas abundaban. Al final, y al parecer debido a un ajuste para incumplir menos la promesa de paridad de sexos, la elegida fue la señora Caterina Mieras.

No tengo el gusto de conocer a la honorable señora Caterina Mieras. Solamente sé que és médica, que fue concejal de Badalona y que optó en diversas ocasiones -sin éxito- a la junta del Colegio de Médicos. De las entrevistas que hasta ahora se han publicado y de las noticias que ha generado pocas cosas pueden deducirse, más allá de su interés por la historia del teatro ya que asistió en Sevilla al estreno de una obra de Els Joglars. Tiene, pues, la señora Mieras por mi parte los 100 días de gracia que corresponden a todo Gobierno. Ahora bien, más allá de las virtudes o de las capacidades de la persona elegida, lo que importan son las políticas. Hablemos, pues, de las medidas políticas que prevé el programa de gobierno, en concreto de las dos de las que la consejera Mieras ha hablado de forma más insistente.

Más allá de las virtudes o capacidades del elegido, lo que importan son las medidas políticas. Mieras tiene 100 días de gracia

La primera es la de doblar el presupuesto del Departamento de Cultura. Sería interesante saber para hacer qué. Decir que vas a doblar un presupuesto está bien, pero estoy seguro de que todos agradeceríamos que se nos dijera qué se piensa hacer con estos recursos. En este campo la credibilidad del Gobierno es escasa. Maragall arrastra unos pésimos antecedentes de su época como alcalde en la gestión cultural de la ciudad de Barcelona. Baste solamente recordar aquí -las hemerotecas están abiertas para quien quiera consultarlas- la dimisión del que fue concejal de cultura barcelonés, Oriol Bohigas, y la carta en que éste describía el panorama cultural de la ciudad y el desinterés con que el anterior alcalde había abordado la política cultural. Se refería en concreto Bohigas a la infradotación presupuestaria municipal de esta área y al hecho de que la cultura no estaba entre las prioridades de la política del entonces alcalde Maragall. La historia reciente nos dice, pues, que la realidad de la práctica política está muy lejos de las promesas del ahora presidente Maragall de doblar el presupuesto del Departamento de Cultura. Pero aún hay más: el presupuesto de cultura del consistorio barcelonés para el año 2004 representa el 4,6% del presupuesto municipal, apenas el 0,1% más de que lo que representaba en el año 1998 y el 0,3% menos que el del ejercicio de 2003.

Habrá tiempo, sin duda, de evaluar el cumplimiento o no de estas promesas y, más importante aún, si los recursos que finalmente se destinan a cultura están o no bien empleados. Si nos atenemos a la primera reunión del alcalde Clos y el presidente Maragall, el resultado no presagia precisamente una gestión brillante. Según hemos visto en los periódicos, se acordó la venta del palacio de Pedralbes a la Generalitat para las recepciones oficiales y la participación de ésta en la reforma de la plaza de las Glòries, dónde va a ubicarse el discutido museo del diseño. Volvemos a lo que ya denunciaba Oriol Bohigas en 1994: "No creo que haya ninguna ciudad en el mundo que tenga como criterio de inversión cultural lo que proclama constantemente Barcelona: empezar cada año cosas nuevas en vez de acabar las iniciales y mantener las existentes". Hace unos días, Xavier Trias se preguntaba en un artículo cuál va a ser la herencia social que dejará el Fòrum 2004. Tal vez también habría que preguntarse cuál será la herencia cultural que el Fòrum 2004 va a dejar a la ciudad.

La segunda de las medidas políticas incluidas en el pacto hace referencia a la creación del Consejo de Cultura y de las Artes. Veremos si se transforma en un foro de debate del sector o si se sigue el modelo anglosajón con un consejo con capacidad de decisión sobre las políticas culturales. Avanzo ya mi posición: las decisiones sobre las políticas culturales las deben tomar los gobiernos. Escuchando a todos los sectores, viviendo sus inquietudes y sus proyectos, contrastando ideas e iniciativas, dejándose aconsejar y rehuyendo prepotencias y amiguismos. Pero las decisiones, para aquellos que están legitimados democráticamente para tomarlas. Aquí la experiencia de los socialistas en el gobierno municipal de Barcelona tampoco no nos permite presumir ninguna voluntad real de apertura. Más allá de la discusión de base sobre si quien tiene que decidir la política cultural de un Gobierno tienen que ser los actores del sector o bien el propio Gobierno -que no se ha hecho-, es evidente que desde el Ayuntamiento de Barcelona no se ha impulsado ni tan sólo un foro de debate o de participación del mundo de la cultura al estilo de otros consejos de participación sectoriales.

Esperaremos, pues, a los 100 días de gracia. Y si de algo tiene que servir mi humilde opinión, lo único que le diría a la señora Mieras es que intente trazar su propio camino y no caiga en los errores que sus compañeros de partido han cometido en el otro lado de la plaza de Sant Jaume.

Jaume Ciurana i Llevadot es concejal de CiU en el Ayuntamiento de Barcelona y miembro del Instituto de Cultura (Icub).

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