El minotauro en su caravana
Si hay alguna tradición novelística esencialmente realista, ésa es la norteamericana. Mientras en Europa y Latinoamérica la literatura vuelve con frecuencia los ojos hacia sí misma (hacia la creación literaria y sus herramientas), en Estados Unidos pocas veces deja de prestar atención a la realidad que la hace posible. Sabedores acaso de que son los novelistas (no los historiadores ni los periodistas) quienes acaban definiendo la memoria de las generaciones, abundan allí los escritores que a través de sus historias buscan reflejar el mundo que les rodea, y se diría que la legitimación del género procede de una antigua y nunca discutida alianza entre literatura y sociedad: si ésta es la destinataria última de las novelas, ¿qué sentido tiene abordar temas que no acaben siendo el único tema posible, la sociedad misma? De ahí que los novelistas más jóvenes (Eugenides, Franzen...) comulguen, al igual que sus bisabuelos literarios, con el viejo mito de la "gran novela americana". En líneas generales, son pocas las cosas que cambian en el imaginario literario norteamericano, tal vez porque la propia vitalidad social del país hace innecesarios esos cambios: podría escribirse cada año una gran novela americana, y ésta seguramente tendría muy poco que ver con la del año pasado o la del anterior.
EL MINOTAURO SE FUMA UN PITILLO
Steven Sherrill
Traducción de Albert Borràs
Emecé. Barcelona, 2003
272 páginas. 19,95 euros
Viene todo esto a cuento de la primera novela de Steven Sherrill, cuya naturaleza antirrealista confirma paradójicamente la abrumadora fortaleza del realismo norteamericano. El minotauro del título es en efecto un minotauro, un ser mitad hombre y mitad toro, una criatura de la mitología clásica que tras un vagabundeo de siglos ha acabado instalándose en Carolina del Norte, donde vive en una caravana alquilada y trabaja en la cocina de un restaurante ("la cocina es un arte eterno que él bien podía tratar de dominar", se dice en un momento). La propuesta del autor no puede ser más atractiva: exponer un vestigio de la antigua mitología a la influencia de la pujante y no siempre gloriosa realidad. Y el resultado es deslumbrante: si Carver hubiera querido reescribir la Metamorfosis de Kafka, le habría salido algo parecido a esta novela.
El libro es cualquier cosa
menos previsible. El viejo y cansado M, al que el trato secular con los humanos ha vuelto estoico y meditabundo, protagoniza una historia de trama más bien difusa, limitada a una pormenorizada sucesión de acontecimientos cotidianos: las horas muertas en la caravana, las pequeñas reparaciones de coches o motos, unos cuantos incidentes en el restaurante, algún furtivo encuentro sexual... M, una criatura sin familia, condenada a la soledad y a una involuntaria marginalidad, acaba convirtiéndose ante nuestros ojos en una metáfora de la diferencia: la diferencia de raza u orientación sexual, la diferencia inherente a algunas deformidades físicas o disminuciones psíquicas...
Pero nada más lejos de la intención de Sherrill que instalarse en el terreno de la alegoría. Al contrario: el suelo que pisan sus personajes es el mismo suelo que pisamos todos, y esa realidad americana que inevitablemente reflejan las páginas del libro puede importarnos o no, pero lo que definitivamente nos absorbe es la realidad de la novela, la impecable coherencia interna del mundo que Sherrill ha construido a nuestro alrededor.
El Minotauro se fuma un pitillo es una obra destinada a abrir puertas en la enorme mansión de la narrativa norteamericana, y sólo falta saber a qué pasillos y estancias dan esas puertas. Tal vez ese enigma empiece a resolverse pronto, cuando llegue a nosotros la segunda novela del autor, cuya traducción se anuncia ya en la solapa de este libro. Lo que está claro es que Steven Sherrill se ha situado de una tacada entre los mejores escritores de su país, aquellos que están llamados a renovar la tradición literaria norteamericana sin renunciar a ese realismo esencial del que no ha cesado de extraer vigor.
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