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Columna
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Entre tinieblas

Fernando Vallespín

La Junta Electoral Central ha confirmado lo que era una percepción generalizada: la escandalosa forma de propaganda a favor del Gobierno contenida en la omnipresente campaña informativa del Ministerio de Trabajo. Al menos ha conseguido impedir que sus contenidos se extiendan en pleno periodo electoral. Pero su efecto anterior, cuando campeaba a sus anchas por todos los medios de comunicación, ya es irreversible. Los objetivos de estos mensajes habrán calado como lluvia fina en grandes sectores de la población, agradecidos por el supuesto cuidado y la atención que les presta el Gobierno. El envoltorio del que iban revestidos, producto de una excelente realización publicitaria, habrá contribuido sin duda a eliminar toda sensación de "campaña institucional". Vendía un sano optimismo, una dulce visión de la política para un país moderno, solidario y que progresa.

En un lenguaje mediático menos agraciado, es lo mismo que trató de transmitir Aznar en la entrevista institucional de TVE, dirigida a ensalzar su balance imperial a las puertas de las elecciones. Para evitar que cundiera la sensación de orfandad por perder al pastor que nos ha guiado durante estas dos últimas legislaturas, se nos recordó que su legado sigue encarnado en su sucesor en el partido. Y tanto allí como en la declaración institucional de cierre de la legislatura, nuestro particular maestro jedi nos dejó bien claro que existe el lado luminoso y el lado oscuro de la política. O, lo que es lo mismo, el Gobierno y la oposición. Con ello apuntaba a lo que seguramente será el mensaje central de su campaña, ciertamente maniqueo: la elección entre estabilidad o aventura, España o la anti-España, el Estado cohesionado o el desvertebrado... la luz o las tinieblas.

Mediante esta apelación a dicotomías simplificadoras se nos hurta la posibilidad de entrar en una auténtica deliberación en torno a las propuestas programáticas y se oscurecen las verdaderas alternativas en juego. El detenido programa de Zapatero desaparece detrás de su condición de príncipe de las tinieblas -¿se han fijado que también tiene las cejas picudas, como Ibarretxe, el diablo por antonomasia?-. Y el reino de la luz se abre paso hacia el futuro desde una idílica presentación del pasado. ¿Para qué recurrir a debates electorales si se consigue que esta imagen vaya penetrando con eficacia?

Esta estrategia sólo puede asentarse, sin embargo, si se consigue emborronar adecuadamente el espacio público y se acaba construyendo la realidad a la medida del objetivo buscado. Eso es algo que el PP ha sabido practicar con gran destreza desde su primera legislatura en el Gobierno. Por utilizar un término ya en desuso, y que en su día formó parte del vocabulario de una cierta izquierda, la especialidad del PP es el agitprop, contracción de agitación y propaganda. Pero recurriendo a su utilización posmoderna. No sólo mediante la apropiación partidista de los medios públicos, utilizados como eficaz instrumento distorsionador de la realidad política -en una única dirección, claro-. También a través del estímulo de una cultura de consumo mediático en la que la política ha acabado por ocupar un lugar marginal y casi anecdótico. Salvo los oasis de rigor, nuestro espacio público es un desierto de banalidad, estridencia y mal gusto.

Y no es por ponerse exquisito. ¿Cuándo creen ustedes que mereció más atención el ministro de Fomento, durante la crisis del Prestige o tras su conocido naufragio matrimonial y el affair subsiguiente? ¿Es explicable que, como desvelaba el último Pulsómetro de la SER, un 54% de los españoles declare no conocer las propuestas electorales del PSOE? ¿Pueden citarme un solo programa de debate político en las televisiones generalistas?

No, la alternativa no es entre estabilidad y aventura. Lo que está verdaderamente en juego es si seguimos en esta deriva hacia la berlusconización u optamos por la dignidad de la política y por una democracia de mayor calidad. Es, en efecto, un combate por que se haga la luz, esa luz que nos permita abandonar las tinieblas de la desinformación, la manipulación y la sordidez mediática. Que nos aproxime mínimamente a una sociedad de auténtico debate público.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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