Así se ve Aznar
El Boletín Oficial del Estado publicó ayer el decreto de disolución de las Cortes y el de convocatoria de nuevas elecciones. Con tal motivo, el presidente saliente hizo tres cosas: leyó una declaración institucional, dio una conferencia de prensa y ocupó el prime time de la televisión oficial con una entrevista a su mayor gloria. En la declaración habló como jefe del Gobierno, refiriéndose a los 25 años de democracia constitucional como los mejores de la historia de España, a la par que se mostraba satisfecho por su gestión. Ese tono relativamente comedido fue incapaz de mantenerlo luego ante los periodistas. Al igual que en su última intervención parlamentaria, Aznar desaprovechó una nueva oportunidad de demostrar una cierta altura de miras, ahora que está a punto de dejar el cargo.
A punto no significa que se haya retirado. No sólo es un político en activo, sino que, según ha anunciado su partido, va a participar muy activamente en la campaña del candidato del PP. Por ello, carece de justificación la iniciativa de la entrevista en la televisión -y en la radio- pública. Si el motivo era la retirada de Aznar, la entrevista debió haberse pospuesto a después de las elecciones; si era una entrevista electoral, debió plantearse de acuerdo con la normativa propia de ese periodo. El estilo deferente y entregado del entrevistador, que más que preguntar pedía confirmación a las razones que él mismo adelantaba contra eventuales críticas a la gestión del entrevistado, contribuyó a acentuar el contraste entre el pretexto institucional y el contenido partidario. El resultado fue un reflejo bastante fiel no tanto de la personalidad de Aznar como de la imagen que tiene de sí mismo: la de un hombre de palabra, que cumple, de talante moderado y dialogante.
Ha sido un hombre de palabra en una cuestión importante: dijo que no estaría más de ocho años y que se retiraría del todo, y lo ha cumplido. Su satisfacción por la gestión realizada está justificada en el terreno de la economía y la creación de empleo, aunque haya descuidado la competitividad. También en materia de lucha antiterrorista, su principal bandera, aunque la haya utilizado en demasiadas ocasiones de forma partidista. La experiencia le ha dado la razón en la iniciativa de ilegalización del brazo político de ETA y acoso a su entorno, de acuerdo con las teorías del juez Garzón.
En otros terrenos el balance es negativo, incluyendo el de la cohesión territorial. La responsabilidad principal del deterioro del consenso sobre el Estado autonómico es de los nacionalistas vascos, cuya deriva rupturista carece de justificación política. Pero un gobernante responsable lo es también de intentar que los conflictos no se hagan irreversibles, manteniendo lazos institucionales y buscando acuerdos que refuercen la unidad de Gobierno y oposición frente a los desafíos. Aznar más bien ha hecho lo contrario: en la rueda de prensa ulterior a la declaración institucional se ciñó al argumentario de campaña acusando al PSOE de haber "dejado de ser un partido nacional para asumir tesis de los independentistas".
Hay una grave contradicción en el discurso de Aznar. Orgulloso de la firmeza y coherencia del Gobierno del PP en la defensa de la cohesión territorial, la hace depender de algo tan coyuntural como la victoria electoral de su partido, se supone que por mayoría absoluta. Pobre unidad y pobre democracia son las que dependen de una elección y de un partido, que se convierte en último dique de contención de la disgregación que Aznar vaticina en caso contrario. Proyectada
a todos los terrenos -crecimiento económico, empleo, estabilidad institucional- y garantizada sólo si gana Rajoy, Aznar considera que habrá que elegir "entre estabilidad y aventura". El bronco dilema entre el PP o el caos que propone no se corresponde tampoco con la imagen de sí mismo como persona dialogante, sostenible en algunos aspectos en la primera legislatura, pero increíble a la luz de lo ocurrido en los últimos cuatro años, incluyendo la ruptura, por primera vez desde la transición, del consenso en política exterior.
Especialmente preocupante es su sectarismo ante la iniciativa de Zapatero de comprometerse a no gobernar (mediante acuerdos a todas las bandas) si el PSOE no es la fuerza más votada. Lo esencial del compromiso es la renuncia a entrar en una subasta de concesiones a posibles aliados nacionalistas, regionalistas y otros, en caso de que ninguno de los dos grandes partidos alcance la mayoría absoluta. De acuerdo con la preocupación de Aznar por la cohesión territorial, debería ser una iniciativa por la que felicitarse. Su reacción ha sido decir que Zapatero carece de credibilidad. Una reacción que cuadra mal con la imagen de dirigente centrado, reformista y dialogante que se arroga.
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