El ligue que viene
Es una nueva moda que pronto llegará a Valencia. Le Tanjia, un club restaurant de París, ha conseguido saltar a la primera página de Le Monde y protagonizar una de las noticias más recomendadas por sus respetables lectores. Está situado en la rue Ponthieu, una paralela a los campos Elíseos en la que Simenon ha ubicado alguna de sus historias más sórdidas. Pero la fama no le ha sobrevenido como consecuencia de algún suceso criminal. Es uno de esos lugares más o menos de moda, con sus camareros y seguratas de micro en la corbata y pinganillo en la oreja, clientela de mucho gimnasio y silicona y Dj pinchando música house. Nada especial, hasta que el pasado jueves transcendió la noticia de que celebraba su segunda sesión de quiet party, para los franceses soirée silencieuse y que aquí podríamos traducir por fiesta muda.
También en París, los jueves son los días de más ligoteo. A la entrada del club reparten bolis y papel. Para celebrar este tipo de guateque el local se divide en dos ambientes. En el primero, denominado "espacio silencioso", los participantes practican el "encuentro mudo", un intercambio de notas durante el cual tienen absolutamente prohibido emitir sonidos. En la otra especie de espacio, los clientes se reconcilian con la palabra y pueden conversar con suave música de fondo. Tras un par de horas en este plan, estalla la música y todo el mundo salta a la pista de baile.
El quiet party empezó en Nueva York hace un año y de allí se ha extendido a Washington, Seattle, Miami y ahora Londres y París. Aseguran incluso que este tipo de encuentros se celebran en Pekín. Entre determinadas clases sociales la globalización alcanza a todo, de ahí mi convencimiento de que, dentro de nada, llegará aquí.
¿Pero por qué esta especie de ligue en formato cartujo? Es obvio que, como explican sus promotores, tiene algo de reacción frente al omnipresente ruido, pero uno sospecha que responde a algo más. Que el juego de la seducción se practique con papel y lápiz podría hacer pensar que se trata de algo antiguo, una cierta vuelta a la galantería dieciochesca y sus billetes manuscritos. Sin embargo, aún cuando en cierta medida se recupera esa sofisticación de los salones de época, parece evidente que se trata de un fenómeno propio de la era Internet. Y es que el género epistolar estaba muerto y enterrado en las bibliotecas hasta que el correo electrónico y los mensajes de texto (el equivalente a los telegramas) lo han resucitado, extendido y expandido. A fin de cuentas estas fiestas mudas son una evolución del ligoteo del chat, al que se le ha despojado del rudimentario juego de máscaras de los alias electrónicos y se le ha añadido el cruce de miradas y de notas manuscritas. Se ha recuperado así la frescura y la inmediatez del vivo y el directo frente a la tantas veces frustrante realidad virtual, sí, pero desde una consciencia postinternet. Puede que los psicoanalistas encuentren en esta forma de ligue, el plus de perversión que supone recuperar los intercambios de papelitos que de niños practicábamos en el colegio.
No lo sé. Puede que todo sea más sencillo y que, a fin de cuentas, con estos escribidores de discoteca no pase nada diferente a lo que confiesan algunos autores, que escriben para que les quieran.
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