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Crítica:CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Asombroso prodigio escénico

Con Naked y Secretos y mentiras, el británico Mike Leigh se ganó la justificada fama de que -quizás no hay nadie comparable a él en el cine reciente- eleva a los intérpretes de sus películas a alturas de prodigio. En Secretos y mentiras se dio a conocer aquí Timothy Spall, actor excepcional, que si allí trenzó filigranas en su composición del personaje del hermano fotógrafo de Brenda Bethlyn, hace dos años, en esta Todo o nada que ahora nos llega multiplicó hasta el portento aquel estallido de genio. Y logra, tú a tú con Lesley Manville -dolorido matrimonio con dos hijos heridos por el mismo infortunio, la negrura de este tiempo-, escoltados por un reparto de gran homogeneidad, la sabiduría que sólo el cine británico alcanza de vez en cuando.

TODO O NADA

Dirección: Mike Leigh. Guión: Mike Leigh. Intérpretes: Timothy Spall, Lesley Manville, Alison Garland, James Corden, Ruth Sheen, Marion Bailey, Paul Jesson, Sam Kelly, Kathryn Hunter. Francia / Reuni Unido, 2002. Duración: 128 minutos.

Desde la primera toma de Todo o nada se percibe que estamos entrando en un cine no común, en un ámbito escénico distinto a todos, en el que fluye un tiempo raro, desconocido, obra del propio actor que, cara a cara con el director, Mike Leigh, va construyendo las palabras, los laberintos y recovecos, las aceleraciones y las calmas de su personaje. Y éste surge de dentro del intérprete, nace, sin guión previo, frente a la cámara o, es lo mismo, la mirada de Leigh, la nuestra.

Vive y crea Timothy Spall una genial representación de la vida considerada, en frase de Scott Fitzgerald, como un proceso de demolición. Pocas veces se ha llenado una pantalla con tan recia y veraz construcción de la infelicidad. El desastre íntimo que el matrimonio Spall-Garland vive y transmite a su alrededor trenza algunos de los más complejos y vivificadores momentos del cine de ahora, de ayer mismo, de mañana.

La escena de la busca de Spall dentro de su casa; la discusión de su hija con el muchacho golfo sobre el aborto; el portento de las tres mujeres en el pub; el apasionante montaje paralelo de Spall en su taxi con una mujer francesa, mientras su hijo sufre un ataque al corazón; la durísima escena de la madre frente a la hija preñada; el tiempo de Spall en el hospital; la incontenible explosión sentimental de Lesley Manville, en carne viva, de vuelta a la casa desde el hospital; estos y otros muchos son tiempos que brotan de los intérpretes, alcanzando instantes de una rara y grande intensidad trágica. Y nos queda de ellos en la retina su turbadora capacidad -llevan dentro leves y poderosas elipsis- sugeridora de lo insondable de un pozo de desdicha, de un sufrimiento moral desatado.

Emocionan, encogen el corazón estos tiernos personajes infelices e indefensos, a los que Leigh abre el alma en largos encuadres que rozan la generosidad de la perfección. Son seres heridos que tienen su momento de cumbre -el de Alison Garland, la hija, cuando ve la herida de su amigo- y vuelcan en su desaliento su humanidad, tras la que asoma consuelo y, con él, la sorprendente sensación de belleza que esconden la fealdad y del dolor. Hay vigor trágico liberador en estos actores de genio arrastrados por un cineasta de genio que arranca de ellos lo mejor de sí mismos, lo que tienen de únicos.

El actor Timothy Spall, con Lelsey Manville y Alison Garland (detrás).
El actor Timothy Spall, con Lelsey Manville y Alison Garland (detrás).
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