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Otras formas de ser y de tener

Joan Subirats

Vi el filme de Nicolas Philibert Être et avoir hace unos meses, a raíz de una proyección especial que el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB) introdujo en su ciclo Xcèntric. Y lo he vuelto a ver después a raíz de su estreno en los circuitos comerciales. Esta película, que pretende acercarnos a la realidad de una pequeña escuela rural y unitaria de la región francesa de Auvergne, ha tenido y tiene un éxito sorprendente que demuestra una vez más la renovada fuerza del género de los documentales. Miles y miles de espectadores y miles de ejemplares de DVD vendidos, así como un reguero de buenas críticas en toda Europa, parecen demostrar lo acertado de la fórmula de Philibert. A pesar de ello, confieso que a mí me produjo una cierta sensación de desasosiego la primera vez que la vi, y ahora, con las imágenes más frescas en la retina, se han ido reforzado mis dudas y desacuerdos. Nada que decir en relación con el trabajo cinematográfico de Philibert. Soy poco más que un buen aficionado al cine, y por tanto no quisiera entrar en comentarios técnicos al respecto, a pesar de que mi impresión es que ha trabajado bien, con respeto hacia lo que filmaba, y con una gran capacidad para situar la cámara en medio de relaciones de gran intimidad. Mis problemas se sitúan en otros campos.

Por una parte, me preocupa la sensación de aislamiento de la escuela y de los protagonistas. Las primeras imágenes nos quieren situar de golpe en un mundo que cada vez es más inusual en Europa. Viento, nieve, y tres personas tratando de hacer obedecer a un numeroso grupo de vacas. Inmediatamente después, imágenes de la clase. Silencio, sillas recogidas, y dos magníficas tortugas paseando majestuosamente por el piso del aula. Llegan los niños. Algunos con la camioneta del transporte escolar atravesando campos y caminos nevados, y nuestro modesto héroe, Monsieur Lopez, empieza su labor pedagógica, callada y paciente, que lleva 35 años realizando. No saldremos de ese mundo para casi nada. Pocos sobresaltos. El paso de las estaciones. La excursión a la gran escuela donde irán a parar algunos de los mayores. La visita de los que serán nuevos alumnos, visita que anuncia el fin de un curso y el inicio del siguiente. Una sola mención a la televisión. Ninguna presencia de teléfonos móviles. Ordenadores siempre apagados. Sólo la presencia extraña y tecnológica de la persona que debe arreglar la fotocopiadora. Y el resto es quietud, aprendizaje y paso del tiempo. Diez semanas de rodaje y 60 horas de grabación nos dicen muy poco de donde estamos, qué problemas rodean esa escuela, qué hay detrás de esos rostros infantiles que llegamos a querer. ¿Es todo ello real? ¿Es realmente un documental? La magnífica fotografía de los bucólicos paisajes de Auvergne nos hacen pensar en un anuncio publicitario de la región y del oficio de maestro. No hay apenas conflictos. Los problemas son íntimos y se tratan siempre en la bilateralidad de la relación maestro-alumnos, maestro-familia. El ritmo es voluntariamente lento y tranquilo, como lento y tranquilo debería ser el aprendizaje. ¿Pero es esa la realidad de la educación en Francia? Probablemente existen en nuestro país ejemplos parecidos. Pero, ¿podemos tratar de construir con esos ejemplos una forma de renovar y mejorar nuestro sistema educativo?

Por otra parte, Monsieur Lopez, el maestro protagonista del filme, mantiene una actitud que para mí es excesivamente jerárquica y conservadora. Las distancias con sus alumnos se mantienen, si bien es cierto que en algunos momentos detrás de esa gran profesionalidad aparece un ser humano, con sus sentimientos. Pero, en general, la misma figura de ese maestro de escuela aislado y solitario, majestuoso y digno en su quehacer, es tan localizada que acaba resultando irreal. Las travesuras de Jojo o la mirada aplicada de la euroasiática María son, en ese contexto, el complemento anecdótico y emocional en ese canto a la vida sencilla y a la profesión bien hecha. Los riesgos, los peligros, están fuera de la escuela. En esa niña que se extravía en la excursión. En ese colegio enorme en el que, como advierte Monsieur Lopez, Julien y Olivier pueden sufrir todo tipo de agresiones.

La cinematografía francesa, con obras maestras de Jean Vigo o François Truffaut, nos ha dejado ejemplos de filmes que giran en torno a la labor educativa y a sus problemas y conflictos. Y para mí, Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier, fue todo un ejemplo reciente de cómo contextualizar y tratar lo que es la labor educativa en nuestras sociedades actuales. En esa película se abría un debate. Se tomaba partido. Se buscaba el objetivo de poner de relieve los problemas de una burocracia profesional encerrada en corporativismos, y la necesidad de abrir la escuela al territorio, a la comunidad. Se postulaba una profesionalidad educativa abierta y dispuesta a correr riesgos. Todo lo contrario del bucólico mundo de la cinta de Philibert. En este caso, se sale del cine con sensación de añoranza, pensando, como se dice en un momento de la película, que las cosas eran mejor antes, "en los buenos tiempos", cuando existía respeto, consideración, para la labor del magisterio. Unos tiempos en los que el maestro era la única fuente del saber.

Los sucesos posteriores al filme, con la reivindicación judicial del profesor Georges Lopez de miles de euros a los responsables del documental por no haber compensado económicamente la explotación de su imagen -que afirma que no consintió-, han puesto otros interrogantes en el perfil del protagonista, al margen de los ya comentados. Y señalan asimismo uno de los problemas de fondo de los documentales. ¿Quiénes son los autores del documental? ¿El que los filma o los que muestran su vida ante las cámaras? ¿Debe pagarse a los que toman parte en los documentales? En fin, nos guste más o nos guste menos, hemos de reconocer que hay muchas otras y más actuales formas de ser y de tener que las que nos muestra el comentado filme.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona.

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