La noche extraña del Olímpico
El fútbol tiene poca ciencia: sale como sale. La última prueba de ello la ofreció el Milan el pasado martes. Los rojinegros acudieron a Roma, para el gran duelo en la cumbre, con cuatro titulares lesionados (Nesta, Inzaghi, Ambrosini y Tomasson) y con casi toda la plantilla griposa; Ancelotti tuvo que montar un equipo de circunstancias, con un solo punta, Shevchenko, sin ataque por las bandas y con el dúo de la gerontocracia, Maldini-Costacurta, en el centro de la defensa. Enfrente, el Roma del juego glorioso estaba en pleno, eufórico y confiado en la fortaleza del Estadio Olímpico.
El resultado es bien conocido: Shevchenko hizo solito de tridente y marcó dos goles de genio que valían todos los michelines de Ronaldo; el Milan desbordó continuamente por los extremos con dos mediapuntas, Kaká y Rui Costa; y Maldini y Costacurta se comieron a Totti y compañía. Capello, al que se atribuye el talento de leer los partidos a la perfección, se equivocó con los cambios y con la improvisación tardía de una defensa de cuatro que lo hizo peor que la de tres.
El 1-2 mantuvo la emoción en la carrera hacia el scudetto y procuró una cura de humildad a la gente de Capello. Tras el partido, el técnico romano reconoció que su equipo había jugado de pena y formuló una opinión pintoresca: "Habríamos ganado si el Milan hubiera alineado un delantero más y un centrocampista menos". Quizá tuviera razón. Ancelotti optó por dejarse de elucubraciones técnicas y se arrodilló ante Shevchenko, "el mejor del mundo".
Tampoco estaba muy equivocado. El atacante ucranio encabeza la clasificación de goleadores, con 14 dianas, y aunque carece de la fiabilidad de Nedved (el checo del Juventus es el auténtico patrón-oro del calcio) y no ofrece garantías de regularidad (véase la final intercontinental frente al Boca Juniors), sigue dando rostro a los sueños milanistas.
Lo que demostró la particular jornada del Olímpico fue que las alineaciones y las posiciones teóricas sobre el campo no significan casi nada. Algo que, por otra parte, ya se sabía. El gran Ajax jugaba sin un delantero centro típico (Cruyff era todo menos eso), con un extremo que paseaba y reflexionaba (Keizer) y con un central estrambótico (Hulshoff), y no había quien les tosiera.
Milan y Roma ganaron ayer y siguen en cabeza de la clasificación, perseguidos por la Juve. Es muy probable que su enfrentamiento de la segunda vuelta, en Milán, decida quién es el campeón. Ojalá ese también sea un partido extraño y ajustado al único teorema matemática y lógicamente demostrable. Ese que dice que fútbol es fútbol.
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