Del adiós al paraíso
No se aborda en demasiadas ocasiones, desde la poesía, el proceso de pérdida de la inocencia que marca el paso de la niñez a la pubertad, incluso a la primera juventud. Ana Merino (Madrid, 1971), en Juegos de niños, lo hace utilizando un lenguaje entre afilado y tierno, entre coloquial y mágico, suavemente irónico a veces. Y, aunque lo habitual es que la evocación de la infancia se haga a través de la lente de la madurez, de la melancolía y de la nostalgia, en este caso, la poeta -el sujeto poético- asume y vive el proceso desde dentro de la niñez, con la conciencia de la desolación que produce la pérdida del paraíso. Y, lejos de afrontar ese viaje con la mirada de quien atiende, sobre todo, a la superficie, lo hace desde la raíz, desde el lugar en que esa experiencia se muestra como una mezcla entre lo que se vive y lo que se fantasea: películas, lecturas, cuentos.
JUEGOS DE NIÑOS
Ana Merino
Visor. Madrid, 2003
73 páginas. 6 euros
Juegos de niños se divide en dos partes: la primera, Nanas y sueños, indaga en la infancia más temprana, cuando la conciencia es una nebulosa, cuando todo es ensoñación y candidez, cuando el niño aprende "sin saber que hay noches / que amanecen acuchilladas" y la muerte forma parte de un paisaje ajeno, casi extraño -"La muerte, repetida en los documentales", escribe Ana Merino-. La segunda, Sirenas y brujas, nos habla del avance de lo consciente en la conformación de la identidad, del juego que establece el gradual conocimiento de los límites de la vida. Con esa estructuración, Ana Merino nos invita a visitar un territorio híbrido, en el que las palabras tantean la intimidad en esa frontera difícil de definir (y que sólo acaba de definirse en la edad adulta y a través de la memoria) en la que la culpa ("Algodón dulce los fines de semana / y una culpa inmensa / con sabor a madera de lápices ajenos") es una sombra permanente y en la que todo, en la vida del ser humano, está en formación: la sexualidad, la conciencia del mundo, el peso y la función de la cultura, la identidad en definitiva.
Ana Merino pertenece a la promoción de poetas que, nacidos en la década de los setenta del pasado siglo, comenzaron a publicar en los noventa alejándose de las claves figurativas que habían dominado en la década anterior. La recuperación de lo mágico, el alejamiento de los tonos conversacionales heredados de la generación del medio siglo, la utilización, de una manera sutil y controlada, de elementos irracionales, y la revalorización del lenguaje como espacio para el misterio, son algunas de las características de su poesía. El verso corto, la tendencia al despojamiento, la adjetivación escasa (la imprescindible), ayudan a generar ese clima que nos acerca a una esencialidad que es, a la vez, complejidad: la que vida y muerte, dolor y felicidad, lucidez e inconsciencia establecen en el camino que conduce al abandono de ese tiempo sin tiempo que es, en el fondo, la niñez. Un camino que, inevitablemente, nos acerca a la decepción: "La vida se detiene / si el patio donde juegas / deja de ser inmenso / y ya no te impresiona / mirar a los adultos cuando hablan".
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