Arquitectura en peligro
Esas eternas discusiones que mantienen los políticos alcoyanos sobre el patrimonio arquitectónico de la ciudad, me temo que sirvan para poco. La experiencia nos dice que el resultado de esas controversias suele ser limitado y no traspasa nunca el umbral de las buenas intenciones. En el mejor de los casos, se produce alguna declaración sobre el asunto -más o menos solemne-, o se acuerda la protección de unas cuantas construcciones venerables. Pero la cosa no pasa de ahí. A efectos prácticos, los frutos de estas polémicas suelen ser escasos, cuando no inapreciables, de modo que los edificios en cuestión acaban por caerse o son derribados con cualquier pretexto. Y, sin embargo, sería lamentable que Alcoi dilapidara en unos años su rico patrimonio urbano, que tanto carácter le otorga.
En mi opinión, no son nuevas leyes ni reglamentos lo que la ciudad necesita para conservar su patrimonio. Por mucho esmero que se ponga en su confección, las normas siempre se verán superadas de uno u otro modo. Un promotor, un propietario empeñado en echar abajo una construcción, encontrará el camino para hacerlo si con ello se asegura un beneficio económico sustancioso. Tardará más o menos tiempo en lograr su propósito, lo hará de esta o aquella manera, pero den ustedes por seguro que alcanzará su objetivo.
Al instalarse la democracia en nuestro país, muchas personas creyeron que bastaría con las leyes para frenar la destrucción de nuestras ciudades. Aprovechando el fervor del momento, los ayuntamientos elaboraron numerosas disposiciones con ese excelente propósito. Para que no cupiese duda de qué se estaba hablando, se confeccionaron, a renglón seguido, unos espléndidos catálogos con las imágenes de los edificios que se debían proteger. No hay más que comparar el contenido de alguno de aquellos catálogos con el estado actual de nuestras ciudades para hacernos una idea de los resultados de la operación.
Para proteger el patrimonio arquitectónico de Alcoi, sólo veo una solución: convencer a los propios alcoyanos de su importancia. Si ese orgullo legítimo que el alcoyano siente por su ciudad, y del que presume con tanta frecuencia, se extiende también a su arquitectura, se habrá dado un gran paso en la dirección adecuada. Naturalmente, no pretendo que la totalidad de los ciudadanos de Alcoi adopten una actitud militante en este asunto. Eso sería imposible. Hablo de propiciar un estado de ánimo colectivo que permita apreciar un legado arquitectónico que muy pocas poblaciones del país podrían exhibir.
En este aspecto, la tarea es enorme y está prácticamente todo por hacer. Fuera de ciertos ambientes, muy limitados, el alcoyano desconoce la importancia de la arquitectura de su ciudad y, desde luego, ignora los beneficios que le podría reportar. Las autoridades no se han molestado nunca en remediar este desconocimiento, que han considerado irrelevante, cuando no contrario a sus intereses. Jamás se ha estimulado la estima por lo propio que está en la base de la conservación de cualquier patrimonio. De ahí, la indiferencia con que se reacciona ante ciertos sucesos, considerados completamente ajenos. Tampoco los partidos de izquierda, enzarzados en inacabables discusiones, han sabido abordar este problema.
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