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Para nada, qué

El presidente del Gobierno español José Mª Aznar contestó de manera análoga a para nada, cuantas veces fue interrogado respecto al encuentro de las Azores sobre si su decisión de comparecer junto a Bush y Blair abandonando la tradicional neutralidad española ante la eventualidad de la guerra en Irak había estado condicionada por la posición de fuerza norteamericana, y más recientemente en el debate suscitado en el Congreso de los Diputados tras la muerte de siete militares españoles, al ser preguntado sobre si la situación actual en aquel país no debe ser considerada como de guerra continuada y por tanto los ataques sufridos por la coalición ocupante varían su catalogación en atención a las circunstancias que los rodean. El dichoso para nada se ha popularizado entre los líderes políticos, en éstas como en otras ocasiones, de manera que no se sabe bien qué quieren decir cuando lo que pretenden es la utilización de expresiones ambivalentes para no decir precisamente nada.

El caso es que con esta vacía expresión se ha ido extendiendo la desinformación entre quienes no desean emplear las palabras que corresponden para decir algo, y han acabado siendo aprovechadas por quienes quieren seguir utilizándolas con reiteración agobiante para mantener la situación de ignorancia generalizada. Al igual que en el pasado hicieron fortuna expresiones admirativas tales como de cine o de categoría, que tampoco beneficiaban al idioma ni menos aún a su comprensión, la que hoy nos ocupa se emplea como sinónimo de una postura negativa cuando contrariamente a lo que parece ni es tan clara ni tan contundente como la escueta sílaba a la que sustituye. En todo caso se reemplaza a ésta evitando la claridad de la negación de igual manera que se opta por huir de la correspondiente definición cuando de lo que se trata es de eludir la opinión comprometida.

Pero lo que es más grave es que su utilización está trascendiendo, cada vez más, entre los componentes de diferentes clases y situaciones sociales alcanzando niveles de incomprensión colectiva. O dicho de otra forma que con las citadas expresiones sólo se pone de manifiesto la lejanía entre quienes hablan y quienes deben escuchar ante la reiterada vacuidad de las respuestas frente a los problemas planteados. Así su empleo se repite tanto por quienes no piensan lo que dicen como por quienes, como algunos políticos al uso rancio, piensan más en lo que deben ocultar que decir, y acaban no diciendo lo que piensan. Lo primero puede disculparse, lo segundo debe denunciarse. Y todo ello porque precisamente tienen más obligación de hacerlo, como en el caso que nos ocupa con motivo de la guerra en Irak, en la que deben abandonarse los eufemismos y hablar claro a quienes quieren escuchar. Se puede por algunos no tener nada que decir pero nunca deben hacerlo quienes por mandato popular tienen la obligación de hacerlo.

No sirven los para nada. El sí, encierra en su afirmación la oposición a otras opciones. El no, abre precisamente la viabilidad de otras posiciones. Con los para nada, sólo se anula la cuestión formulada. En definitiva ni se afirma ni se niega concretamente nada. En estos momentos, de confusión de conceptos y valores, que van desde la identificación entre el despreciable terrorismo al heroico resistente, de las pretendidas armas de destrucción masiva a la guerra de guerrillas, o del fin de la guerra al conflicto inacabado, debe mostrarse claramente la posición de quienes de verdad sí están en favor de la paz mediante un rotundo no a la guerra, y al mismo tiempo desde idéntico no al terrorismo el respeto a la opinión de quienes sí entienden que no cabe otra paz que la basada en la justicia, ni peor opresión que la que sólo alimenta la miseria.

Alejandro Mañes es licenciado en Ciencias Económicas y Derecho.

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