Hora en barra
Nos quejábamos de que en Madrid no había nuevos edificios singulares y se anuncian cuarenta. ¿Edad de oro urbana, aun con retraso, o tan sólo milla de oro? Podría darse el caso, asombroso, de que esta proliferación de grandes obras le quitase desdoro al fenecido manzanato, pues, si se lee bien la información (que obtengo del suplemento Propiedades de este periódico y de un número reciente de la magnífica revista Arquitectura Viva), resulta que la mayor parte de los proyectos en marcha -estatales, privados, pero también alguno municipal- se iniciaron o firmaron bajo la alcaldía anterior.
Como madrileño de empadronamiento y paseante en corte, aunque al modo republicano y cínico de Baudelaire, celebro ese afán de mejorar la piel arquitectónica de nuestra ciudad, que en la larga dinastía manzanal no se vio favorecida por ningún hito de radical belleza o radiante espectacularidad comparable a los de Bilbao, Murcia, Santa Cruz de Tenerife o Valencia, por no hablar, claro, de la extraordinaria regeneración cutánea operada en Barcelona en el período que va de los Juegos Olímpicos al Fòrum 2004.
La lista de nombres en esos 40 principales de la edificación madrileña en curso es impecable, siempre según las reglas del hit parade internacional. Tendremos nuestro Pei y nuestro Pelli, el Foster que nos faltaba, un Reina Sofía renovado por Nouvel, una Caja Mágica de Perrault, tan idóneo -al menos por su nombre- para tal obra, otra caixa sacada como por ensalmo de un antiguo almacén por los geniales magos Herzog y De Meuron, y hasta un Toyo Ito; todos (y sólo cito una parte) de procedencia extranjera, si bien no faltan tampoco los apellidos peninsulares, tanto los de merecida reputación aún no elevada al altar de los medios (Junquera, Mansilla y Tuñón) como los estelares: Moneo, Siza, Navarro Baldeweg, Ricardo Bofill (padre, en este caso).
¿La ciudad como "un nuevo teatro de operaciones culturales"? Ése era el sueño de la Internacional Situacionista (IS), el movimiento o ismo paraartístico del siglo XX que más pertinente y valioso nos podrá ser en el XXI. Pero me temo que el sueño convulsivo del situacionismo era distinto al que tienen nuestros constructores y regidores políticos, a menudo tan sospechosamente hermanados, como señala el formidable decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), Ricardo Aroca, en las páginas de Arquitectura Viva: "Durante la última década, la Administración municipal y los especuladores han sido indistinguibles". Otros colaboradores de la citada revista insisten en resaltar los males o peligros de este aparatoso frenesí inmobiliario: saturación, desbarajuste urbanístico, descontrol del mercado del suelo y el precio de la vivienda, falta de planificación en el eje que une la oferta con la necesidad. En suma, el paso de una caótica miseria estética a una opulencia formal socialmente inservible, situación que se produce cuando, en palabras del gran vidente de la IS Guy Debord (en su imprescindible Comentarios sobre la sociedad del espectáculo), "lo artificial tiende a reemplazar a lo verdadero".
Carente de vehículo de motor propio, soy, como ya he dicho aquí antes, cultivador del paseo baudelairiano a pata, y espero en los próximos años ver cómo esos rascacielos, coliseos, prolongaciones viarias, parques, museos, cajas, torres y hasta circos afectan a la calidad visual de mis deambulaciones. Confío también en que la fiebre constructiva no sea meramente especulativa. El alcalde Gallardón, que viene precedido por un aura de hombre de gusto, tendrá -mientras vigila la armonía de nuestro entorno- que usar también el termómetro de la honradez: para que esa fiebre no sólo sea fiebre del oro. Acabo melancólicamente con una queja de ciudadano que quizá parezca superflua: la desaparición del mobiliario urbano más útil que había, los postes de señalización de la hora. Tal vez el alcalde quiera sustituir esas barras horarias, así como las papeleras-búnker, los soportes de mapas y anuncios, los recogedores de pilas estilo galera, adminículos todos de una fealdad insuperable, por piezas de diseño con firma. De ser así, me callo. Pero, ¿y si se trata de un ahorro municipal, el chocolate del loro de las grandes inversiones? Podría ser algo peor. El intento de hurtarle a nuestra mirada el tiempo de recuento de las promesas de hacer de Madrid una ciudad habitable.
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