Nicolás de Lekuona
Habitualmente la programación del Artium resulta enormemente atractiva. Sus puertas se abren a las expresiones artísticas más clásicas y también a las más atrevidas. Sus gestores entienden el arte de manera generosa, sin olvidar jamás la calidad del producto. De esta manera están convirtiendo a Vitoria en una referencia obligada en todos los circuitos culturales. En esta política de exposiciones ha llegado el turno a Nicolás de Lekuona (Ordizia, 1913-Frúniz, 1937) una muestra que se mantiene hasta el 25 de enero de 2004 para llevarla a continuación al Museo Reina Sofía de Madrid. Se trata de una retrospectiva donde el mayor peso creativo recae sobre la fotografía y el fotomontaje. No obstante, también pueden verse dibujos, pinturas y una serie de objetos diversos que sirven para descubrir con mayor detalle la polifacética personalidad del artista.
Todos estos elementos se distribuyen en un montaje muy original que provoca una observación reposada de los distintos matices que se ofrecen. Nicolás conoció la pasión por el arte y la fotografía desde muy niño. El ambiente familiar, sus estudios en las Escuela de Artes y Oficios de San Sebastián y, posteriormente, los de aparejador en Madrid modelaron al artista. Desafortunadamente, su muerte prematura en la batalla de Frúniz truncó una carrera que se auguraba más que prometedora. Su obra, recuperada principalmente por Adelina Moya, le sitúa curiosamente como una de las escasas referencias en el País Vasco, durante el primer tercio de siglo XX, que entronca en muchos de sus aspectos formales con la vanguardia artística internacional (Rodchenko, Moholy Nagy). Pero no creamos que fue una generación espontanea; muchos de los recursos estilísticos que les caracterizan (fotogramas, sobreimpresiones, fotomontajes, deformación de las líneas, picados y contrapicados), aunque poco sistematizados, pueden encontrarse en algunos de los aficionados a la fotografía que les precedieron.
Las fotografías de Lekuona descubren aspectos del entorno próximo del autor. Se trata de algunos paisajes urbanos, retratos de familiares y amigos e incluso bodegones de objetos personales. Composiciones todas ellas donde se bascula la línea del horizonte y se favorece el influjo de las diagonales. Los fotomontajes muy poco recargados entrelazan recortes de imágenes y ocasionalmente se envuelven por trazos de pincel o lapicero. La temática, marcada por una lírica suave, es variada. Quizás sobre lo que más insista sean cuerpos desnudos de mujer flotando en el espacio, aunque también recurre a una insistente calavera como alegoría de la muerte, el final y la soledad.
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