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La 'mater dolorosa' cabalga de nuevo

En el año 2001, el catedrático José Álvarez Junco publicó un espléndido libro sobre el nacimiento del nacionalismo español en el siglo XIX, con el expresivo título de Mater dolorosa, que, no entiendo muy bien porqué, recibió el Premio Nacional de Ensayo. Y no se me malinterprete, que cuando digo que no entiendo las razones por las que recibió el Premio, no significa que no lo mereciera, que indudablemente lo merecía, sino que la concesión no se encontraba en la línea sectaria propia del Gobierno del PP hacia todo cuanto toca, especialmente, aunque no en exclusiva, en el campo de la cultura. Y ello porque no puede olvidarse que en la obra del profesor de la Complutense se desmitifica determinado concepto de nacionalismo español, al que con frecuencia acuden Aznar y otros tantos ideólogos del PP, si es que en el PP hay alguien que merezca el título de ideólogo.

Ahora que se critican tanto, y con razón, las mixtificaciones del Plan Ibarreche, que pretende anclar determinados derechos del pueblo vasco, en sus orígenes, "que se pierden en la noche de los tiempos", tal vez sería bueno que recordáramos que el concepto de nación española no hay que anclarlo ni en Don Pelayo ni en los Reyes Católicos, sino que es un concepto nacido en el Siglo XIX, con una doble tradición: conservadora y liberal, aunque finalmente la primera de esas concepciones se haya impuesto a la segunda. Pero ése es otro tema, que en cualquier caso pone de manifiesto los deseos de los nacionalistas de buscar los orígenes de su concepto de nación -y lamentablemente de la exclusión de quienes no presenten credenciales para pertenecer a esa tribu- en el momento más antiguo posible. Se trata, en definitiva, de buscar una cierta "invención de la tradición" en la que fundamentar la razón de ser de la nación.

El caso es que ante la nueva exaltación nacionalista que el PP está empeñado en llevar a cabo, resultan convenientes algunas reflexiones teóricas sobre los fundamentos de ese nuevo nacionalismo español, que parece va a convertirse en el eje de la próxima campaña electoral por parte del Partido Popular.

Resulta obvio que cualquier nacionalismo precisa del enemigo exterior para afirmarse, y de ello no se libra el nacionalismo español. En el Siglo XIX fueron la pérfida Albión, el malvado Gabacho o el agresivo Teutón (más tarde tras el desastre del 98 se les unieron los Estados Unidos), quienes impidieron a la nación española desarrollar toda la potencia que había acumulado a lo largo de la historia, o luchar contra la causa de sus males. Esta búsqueda del enemigo exterior resultaba paranoide durante determinado período del franquismo, si bien la tímida apertura que se llevó a cabo a partir de los años sesenta dulcificó ese socorrido intento de buscar en el exterior el origen de todos nuestros males.

Pero si esa referencia al enemigo exterior parece consustancial de cualquier nacionalismo, el nacionalismo español, en su versión más reaccionaria por supuesto, estuvo caracterizado también en un rechazo hacia los nacionalismos periféricos, o, dicho en otras palabras, a las identidades que rivalizaban con la española, que también habían nacido en el Siglo XIX al amparo de movimientos de recuperación de determinadas culturas, en primer lugar, pero que alcanzaron su fundamento en razones económicas, especialmente en las dos zonas que eran más fuertes en materia industrial: Cataluña y el País Vasco. Surge así un "españolismo reactivo", muy ligado con el militarismo y que, además, tiende a calificar a los movimientos izquierdistas como "antiespañoles".

Y que quede bien claro que cuanto hasta el momento he venido contando está referido al siglo XIX y principios del XX, aún cuando ciertas palabras y expresiones nos parezcan tan actuales. Y nos parecen tan actuales porque es en ese nacionalismo español, no precisamente en el de raíz liberal, de carácter reactivo y profundamente reaccionario, en el que está hundiendo el Partido Popular los fundamentos de su política. Y la mayor paradoja consiste precisamente en que ello lo esté haciendo simultáneamente con una defensa numantina de la Constitución de 1978 que si por algo se caracterizó fue precisamente por suponer tanto una apertura hacia el exterior, como un reconocimiento de la realidad plural de la nación española.

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Pero nada de eso importa si de lo que se trata es de encontrar enemigos, tanto exteriores como interiores, sobre los que crear un debate simplificado, maniqueo, de "ellos y nosotros", para tratar de obtener una nueva mayoría electoral. Porque si faltaba el enemigo exterior (el terrorismo ligado a Irak ya no resultaba creíble), Aznar lo ha hallado en el último Consejo Europeo, en el que el Gobierno Español se ha quedado sin más aliado que una recién llegada Polonia. ¡Nuevamente la alianza del Gabacho y el Teutón, con la ayuda de la pérfida Albión y del amigo italiano, van a impedir que España alcance el papel que la Historia le tiene reservado! Pero a esos nuevos enemigos, parece que se nos quiere decir, el Gobierno español y su firme paladín al frente, les plantará cara. ¡Vaya por Dios! No se puede olvidar que si algo ha hecho posible el nuevo papel internacional de España, y por supuesto su crecimiento económico, ha sido precisamente nuestra integración en la Unión Europea, y nuestra participación como receptores de los fondos estructurales y de cohesión (y por una vez no voy a recordar lo de pedigüeño), y por ello resulta no solo irreal, sino además tremendamente injusto, que ahora se pretenda fijar a quienes son nuestros socios europeos como enemigos exteriores.

Pero en el punto en el que más evidente resultan los perfiles del nacionalismo reactivo del PP es en las reacciones que están poniendo de manifiesto ante la constitución del nuevo gobierno de Cataluña. Vaya por delante que el peor de los favores que podríamos hacer al sosiego y al entendimiento es igualar los supuestos vasco y catalán, que en nada se parecen, aunque las reacciones del PP parecen querer asimilar las realidades de ambas comunidades y los procesos políticos allí generados. Pero no es así, pues mientras en Euzkadi hay un proceso encaminado a marginar a la comunidad no nacionalista (aún cuando sería irresponsable no reconocer que posiblemente con Imaz se abran nuevas perspectivas), el proyecto de Maragall está encaminado a lograr una mejor incardinación de Cataluña en el proyecto español. Y por supuesto no solamente se realiza sin exclusiones, sino que resulta integrador y nada excluyente, por supuesto más integrador y menos excluyente que el de CiU, con el que el PP parecía sentirse más cómodo.

Pero a pesar de estas realidades, el Partido Popular va a iniciar la campaña electoral con las fijaciones y los mensajes del más rancio de los nacionalismos, de los que, por cierto, manifiesta abominar. Pues como tal parece que así vaya a ser, me permito sugerirle dos eslóganes, tomados de un pasado reciente, del que beben mas de lo que acostumbran a reconocer: "España, una y no cincuenta y una", y "Si ellos tienen ONU, nosotros tenemos DOS".

Luis Berenguer es eurodiputado socialista

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