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La idea de España

Estoy seguro de que quienes dicen tener muy clara la idea de España son precisamente los que más temen expresarla. Y ello porque temen a la España plural, abierta y multicultural capaz de generar acuerdos entre diferentes y de articular puntos intermedios entre contrarios. En realidad se trata de dirigentes al servicio de castas, gremios y clases sociales, dispuestos a poner a España al servicio de sus objetivos. Estoy también seguro de que deben tener clara su idea de España los españoles de las regiones en las que los ciudadanos no tienen otro sentimiento de pertenencia o identidad que el de ser españoles. Sin embargo, donde la idea de España precisa de más rigor y cuidados es allí donde la identidad se expresa matizadamente, donde quienes nos sentimos ciudadanos y ejercemos de tal cuidamos de que nuestra identidad no desprecie a las otras, la idea de España no se convierte en dogma, ni es un axioma anclado en el pasado.

Muchos nacionalistas se sienten más satisfechos cuando afirman que no son españoles que cuando dicen ser vascos
Allí donde la identidad se expresa matizadamente, la idea de España no se convierte en dogma

En Euskadi gobierna un nacionalismo anquilosado que fundamenta su existencia en viejos derechos, llamados históricos para que perduren. Si son históricos -dicen los dirigentes nacionalistas-, no caducan. En su antigüedad basan su legitimidad. Este proceso no responde realmente a la reflexión que llevó a Sabino Arana a fundar el nacionalismo vasco. El nacionalismo se estructuró tal como es actualmente a pesar de las ideas de Sabino Arana, obsesionado como estaba ante la invasión maketa y cuanto ella suponía en materia de usos y costumbres. El pensamiento aranista era fruto de su tiempo, de la estructura rural de la población vizcaína y de su afán de predominio. ¿Sería posible, en la sociedad vasca actual, el surgimiento de un nuevo Sabino Arana con sus mismas ideas? Entonces, ¿porqué no evolucionan los nacionalistas hacia posiciones que tengan que ver con la Euskadi y España actuales, en lugar de seguir amarrados y sojuzgados por el aranismo? Porque el independentismo es legítimo y no tiene por qué basarse en el desprecio y rechazo de España y de lo español. Sin embargo, el separatismo que el nacionalismo vasco siembra en las mentes de sus militantes es absurdo, extemporáneo y pernicioso.

Fue el separatismo (no el independentismo) lo que provocó esta situación tan conflictiva en que vivimos los vascos. Desde que existe el nacionalismo vasco existe en sus adeptos ese deseo de separación, basado mucho más en el rechazo a España que en el sentimiento de pertenencia a un pueblo con derechos propios. Desgraciadamente, muchos nacionalistas se sienten más satisfechos cuando afirman que no son españoles que cuando dicen ser vascos. En muchos casos se da el hecho curioso de que dicen ser vascos sólo porque no son españoles. Esta postura sólo se puede expresar desde el peligroso esencialismo que ha llevado, a lo largo del tiempo, al terrorismo, la violencia y las tendencias excluyentes.

Frente a ese nacionalismo se ha situado otro obsesionado con una idea de la España indivisible, imperial e irreductible. Con el surgimiento de este nacionalismo español, el nacionalismo vasco ha conseguido lo que siempre ha necesitado estratégicamente y sólo consiguió durante la dictadura franquista. El Gobierno del PP no solo se ha empeñado en convertir al nacionalismo vasco en su instrumento más electoralista, sino que ha creado una red de organizaciones civiles que actúan, mal que les pese, a su servicio. Sería interesante analizar todos los pasos dados a partir del brutal y abominable asesinato de Miguel Angel Blanco a manos de ETA. Lo que pretendía ser una respuesta social integral a la barbarie terrorista se ha ido transformando en una nueva fuente de conflictos. Lo que inició su andadura con un encomiable ideal antiterrorista se ha convertido en un movimiento antinacionalista. Lo que provocó el más amplio consenso de la democracia en Euskadi se ha convertido en una fuente de disensiones. Las fuerzas nacionalistas de uno u otro signo -PNV y PP-, son las que recogen los réditos electorales, pero también son las máximas responsables de la crispación social generada por sus respectivas estrategias. Por eso, la coartada que ambas fuerzas utilizan -la idea de España o la idea de Euskadi-, oculta intereses taimados.

A lo largo de la historia España ha adoptado multitud de formas de relación con sus gentes, sus regiones y sus pueblos. El trasvase de población de las zonas rurales a las industriales, sobre todo en el Norte de España, ha supuesto que los lazos de relación entre los diferentes pueblos se dé en el seno de las propias familias. Sería una afrenta, si llega a producirse, abordar la estructuración de España sin tener en cuenta ese aspecto. Ni la parcialidad de una consulta popular entre los vascos que no cuenta con las debidas garantías, ni la cerrazón de quienes piensan que España sigue siendo una unidad de destino en lo universal son la fórmula. Ni hay justificación para el Plan de Ibarretxe, por unilateral, ni la hay para la defensa de la España cerrada a cal y canto del PP, aunque para ello se recurra a algo tan valioso y bello como la Constitución.

La auténtica idea de España debe ser aquella en que quepan muchas posibles españas. Sólo una España consensuada es razonable. Sólo una Euskadi consensuada es, igualmente, razonable. Euskadi y España no están condenadas a entenderse, pero si continúan desentendiéndose, lo pagaremos los vascos a muy alto precio.

Josu Montalbán es portavoz del PSE-EE en las Juntas Generales de Vizcaya.

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