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Columna
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Terremoto

"Apague la cocina y todo aparato de gas que esté en uso. Abra la puerta de la habitación y de la casa para asegurar una salida de escape. Trate de obtener nuevas informaciones a través de la televisión, la radio o el teléfono..." Los consejos que consulto en una guía para casos de terremoto continúan, pero no puedo evitar preguntarme si tienen gas los infortunados habitantes de Bam. ¿Cuántos disponen de radio, de televisión o de teléfono? El centro de la histórica ciudad convertido en una masa de barro, los miles de cadáveres extraídos de los escombros, el dolor en el rostro de heridos y supervivientes confirman la inutilidad de los consejos. Los seísmos sacuden Irán con una contundencia implacable (11.600 muertos en 1968, más de 1.000 muertos en 1981, 35.000 víctimas en 1990, en el que era hasta hoy el peor desastre del país, 2.000 fallecidos en 1997...). La destrucción es comparable a la que conocen la vecina Turquía, América Central o la India, sólo superada por China (con sus 650.000 muertos de 1976 en Tangshan). Sin embargo, la magnitud 6,3 en la escala de Ritcher del movimiento sísmico en tierras persas es un poco inferior a la que hace apenas unos días alcanzó otro temblor en el sur de California, donde hubo un par de víctimas y varias decenas de edificios dañados. Como escribió el teólogo Jon Sobrino tras el desastre de 2001 en El Salvador, "el terremoto no es sólo una tragedia, sino que también es una radiografía del país. Muy mayoritariamente mueren los pobres, quedan soterrados los pobres, tienen que salir corriendo con las cuatro cosas que les quedan los pobres, duermen a la intemperie los pobres... La tragedia tiene causas naturales, pero su desigual impacto no se debe a la naturaleza, sino a lo que los seres humanos hacemos unos con otros, unos a otros". La excitación que unos temblores suaves suscitaron en septiembre entre los valencianos parece, a la vista de la devastación iraní, un juego de diletantes. La mala conciencia por aquel suceso, del todo exótico, estrecha ahora con un regusto amargo la solidaridad hacia aquellos con quienes no compartimos destino pese a que la misma corteza terrestre tiembla bajo sus pies y bajo los nuestros.

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