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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Comienza la campaña

Esta semana y por primera vez, el PP ha aprobado los Presupuestos del Estado con la sola compañía de su en tantas ocasiones apéndice parlamentario Coalición Canaria. Es un buen y triste reflejo de la situación de fractura política a la que el estilo político de Aznar ha llevado a España después de ocho años de gobierno. En 1996 Aznar, que contaba con una mayoría parlamentaria insuficiente, armó un sistema de pactos que incluía a los nacionalistas catalanes de CiU y a los nacionalistas vascos del PNV. Dos legislaturas más tarde, la cultura de la negociación, del pacto y del consenso está completamente rota y el PP sataniza a esos y otros nacionalistas, a los socialistas, a IU y a cualquiera que disienta de sus posiciones. Si a los gobernantes se les elige para resolver problemas, la realidad es que Aznar se va dejando varios frentes en un estado de tensión muy superior a como los encontró. En 1996 la cuestión territorial estaba reducida al problema del terrorismo etarra. A la hora de la despedida de este líder político ya no se habla de problema vasco, sino del problema de España. Desde el País Vasco, desde Cataluña e incluso desde Andalucía se pide la reforma del marco estatutario y constitucional.

El PP ha perdido la sintonía con todos o casi todos sus aliados periféricos. La guerra de Irak ha producido una gran fractura política: España ha perdido el consenso en política exterior y la ciudadanía ha vivido con frustración que un Gobierno hiciera caso omiso al rechazo colectivo a la guerra, con evidente deterioro de la afección democrática. La agresiva campaña de Aznar para salvar los muebles electorales después de la guerra, revivió el terrible discurso de las dos Españas en el que el presidente parece haberse instalado de modo definitivo. España está sufriendo las consecuencias de una política internacional personalista que la ha aislado de sus socios naturales: París, Berlín, Bruselas, el mundo euromediterráneo y América Latina. Cada gesto de Aznar crea nuevas enemistades. La mala relación actual con vecinos como Francia y Marruecos es un ejemplo.

También el pacto antiterrorista suscrito con el PSOE pasa por su momento más delicado como consecuencia del desprecio y la deslealtad por su socio con el que el PP lo ha gestionado. Ahora parece imposible cualquier forma de diálogo entre el Gobierno español y el Gobierno vasco. Aunque en la cuestión vasca es justo reconocer el que es, quizá, el principal mérito de este Gobierno: haber llevado a ETA a una situación de derrota policial sin precedentes.

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Si al panorama de tensión generalizada unimos que la inseguridad ciudadana se ha incrementado, no existe una política de Estado para la inmigración, la economía ya no está en el círculo virtuoso y los precios de la vivienda se han convertido en un muro insuperable, especialmente para los jóvenes, la herencia que deja Aznar no es para hacer feliz a su sucesor. España está aislada, dividida y con un alto nivel de tensión política y social. Y todo ello sin que el conjunto de problemas reales del país lo justifique.

La campaña electoral ha comenzado de hecho. Este curso político tendrá su momento culminante en las elecciones de marzo. En tan breve periodo habrán abandonado la escena política tres personajes de carácter, iconos de la derecha española y del nacionalismo conservador de la periferia: Aznar, Arzalluz y Pujol. Con estilos y modos distintos, los tres han roturado espacios políticos muy blindados y han gobernado con autoridad no exenta de autoritarismo. Su salida despeja el escenario, pero no es por sí sola garantía suficiente de que el buen sentido volverá a la escena. La política de Aznar ha trazado surcos muy profundos. Y a Rajoy no le será fácil construir los puentes necesarios. Sin Arzalluz, el plan Ibarretxe sigue existiendo. ¿Será capaz Josu Jon Imaz de hacer entrar al lehendakari por la vereda del pacto? El tripartito catalán ha enseñado sus intenciones. ¿Conseguirá Maragall que su idea de renovación del marco constitucional y estatutario avance sin traumas? En cuanto al líder socialista, Rodríguez Zapatero, su moderación y sentido común deben superar rápidamente cierta sensación de falta de liderazgo personal y de confusión que en este momento le acompaña si quiere convertirse en el referente de la nueva situación.

Entramos en un periodo intenso en el que se juega la estabilidad de los segundos 25 años de la democracia española. Ello requiere renovación, pero, sobre todo, diálogo y negociación leales, que es lo que se ha perdido en los ocho años de un Aznar que empezó pactando, siguió ocupando el poder económico y mediático y acabó contaminando al país entero con su desprecio a cualquier discrepancia.

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