_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En fuera de juego

El nacionalismo democrático vasco ha estado en una posición de fuera de juego en el sistema político español durante casi toda la legislatura. Y tras el resultado de las últimas elecciones catalanas y la formación del Gobierno tripartito de izquierda es CiU, es decir, el partido nacionalista mayoritario en Cataluña, el que ha decidido situarse voluntariamente en una posición similar.

Esto es algo que no había ocurrido desde las elecciones constituyentes de 1977. Ni en la legislatura de la transición ni en ninguna de las siete legislaturas constitucionales se había producido una exclusión de los nacionalismos catalán y vasco del sistema español. Al contrario. Tanto cuando el partido de Gobierno español disponía de mayoría absoluta como cuando no disponía de ella, los partidos nacionalistas jugaban un papel muy importante en la política española. Piénsese simplemente en lo que representó, sobre todo CiU, en los años ochenta tras la desaparición de UCD, el extraordinario debilitamiento de AP y las mayorías superabundantes del PSOE. Y no digamos a partir de 1993.

Los partidos nacionalistas han sido los elementos que han dado estabilidad al sistema político español desde la recuperación de la democracia. Tanto desde la perspectiva estrictamente aritmética como desde la intangible pero no menos importante de la legitimidad de la acción de gobierno. Y no son fácilmente sustituibles. Los partidos nacionalistas han sido decisivos cuando su concurso ha hecho falta para la formación de gobierno, pero lo han sido también como suministradores de legitimidad. Conseguir el apoyo de los nacionalistas en la acción de gobierno era una señal de falta de sectarismo, de defensa de una posición no exclusivamente partidista por parte de quien ocupaba el Gobierno de la nación.

Esto es lo que se ha perdido en esta legislatura y en estas condiciones se va a iniciar la próxima. Independientemente de que sea el PP el que repita en el Gobierno o de que sea sustituido por el PSOE, lo que parece seguro es que ninguno va a poder contar con el apoyo inicial de CiU y PNV. El partido que gane las elecciones sabe que no va a poder contar, al menos de entrada, ni siquiera con la abstención de los partidos nacionalistas, sino que va a encontrarse con su oposición expresa. Y mucho tendrán que cambiar las cosas para que los partidos nacionalistas cambien de actitud. La dureza que puede adquirir el enfrentamiento político puede ser todavía mayor que la que se ha vivido en esta legislatura.

Me parece que se debería trabajar por corregir esa situación de fuera de juego del nacionalismo antes de que vaya a más. La inclusión de los nacionalismos en el sistema político español era el gran problema constituyente que teníamos que resolver en 1978. La constitucionalización de España como un Estado social y democrático de derecho presentaba dificultades, pero no planteaba problemas. La sociedad española tenía resuelta esa cuestión. Quería democracia y punto. Lo que no sabía cómo resolver era la integración de los distintos territorios en un Estado común y comúnmente aceptado. Ese fue el esfuerzo constituyente real de 1977-78, prolongado con la negociación de los Estatutos, en particular el vasco y el catalán. Con base en ese esfuerzo de integración se ha gestionado el sistema político español en estos primeros veinticinco años de vigencia de la Constitución, aunque con fallas notables en esta última legislatura.

Por puro egoísmo deberíamos hacer todo lo posible por poner fin a la situación de fuera de juego de los nacionalismos. No creo que se pueda gestionar el sistema político español sin su concurso activo. Y no deberíamos intentar hacer la prueba, no vaya a ser que pongamos en marcha un proceso que después no seamos capaces de controlar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_