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Aproximaciones
Columna
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Un día en la vida

José Luis Pardo

¿QUÉ FUERON los Beatles? Parece bastante claro que no se responde a esta pregunta diciendo solamente: un excelente grupo de música popular; ni siquiera diciendo (como probablemente habría que decir) que fueron el mejor grupo. Todos los intentos de explicitar en qué consiste el "algo más" que hace que esa respuesta nos deje insatisfechos nos llevan a enunciar trivialidades acerca de "una corriente de rebeldía juvenil contra una sociedad envarada" o a deshojar sentimentalmente la blanda margarita de nuestros recuerdos adolescentes.

"No quiero que termine el espectáculo, / pero creo que les gustaría saber / que el cantante va a interpretar una canción / y quiere que ustedes canten con él".

Pero todas las generaciones que en el mundo han sido han visto, en la época de su emergencia juvenil, a los adultos como a una cuadrilla de retrógados entumecidos, y todos los recuerdos de todas las adolescencias (llevaran o no como banda sonora I wanna hold your hand) están llenas de margaritas sentimentalmente fláccidas. Sin embargo, ambas cuestiones -la del talento musical y la de la relevancia social de los Beatles- están estrechamente conectadas. No solamente no es cierto que los Beatles hayan sido una gran banda de música debido a su relevancia social, sino que la verdad es justamente la contraria: que su inmensa relevancia social se debe al hecho de haber sido un grupo de extraordinario talento. Con ocasión de la muerte de George Harrison, los periódicos recordaban aquellas amargas declaraciones suyas en las cuales se quejaba de haber sido "la voz invisible" de los Beatles, asfixiado por la pinza formada por Lennon y McCartney; él mismo se justificaba arguyendo que no era fácil descollar cuando estos dos individuos no paraban de componer alhajas una tras otra "en estado de gracia". Se diría, en efecto, resultado de una inspiración divina el que, durante los años en que estuvo vivo el genio de esta pareja, y con un frenesí creativo sólo comparable al de Mozart, produjeran sin descanso obras maestras de la música ligera que inmediatamente alcanzaban un reconocimiento inapelable, que aún hoy conservan. Pero no basta con señalar que estas canciones son "muy buenas" (porque estamos bien advertidos contra la irrebasable "subjetividad" de los juicios estéticos); sin duda, son excelentes en su género, pero también lo son muchas de los Rolling Stones, de los Kinks, de los Animals o de tantos otros. Ante esta evidencia, como hacía Harrison, podríamos plantear el asunto en términos cuantitativos, reparando en que lo que distingue a los Beatles es que, en su caso, todas son insólitamente buenas. Y esto parecería otra vez cosa de magia.

"La diversión es lo único que no puede comprarse con dinero / Algo interior que estuvo siempre vedado / durante tantos años..."

Pero la magia también tiene su explicación: no se trata de que, de acuerdo con las reglas y criterios en función de los cuales podamos valorar los productos de la industria discográfica -pues no hay duda alguna de que tales reglas y criterios existen- las canciones de los Beatles puedan ser juzgadas como de una calidad excepcional; se trata de que fueron esas canciones (y sus autores e intérpretes) las que inventaron las reglas y los criterios, los recursos y los estilos, los modos y las formas, las que definieron qué es y qué no es una canción de música pop, qué es un disco, un sello discográfico, un videoclip, un álbum o un long play, qué es un grupo musical, qué tipo de personaje es un músico popular en una sociedad de masas y, en definitiva, las que determinaron el alcance y los límites de la industria discográfica y de sus agentes (límites que, como es innecesario hacer notar, van mucho más allá de la industria discográfica misma). Los Beatles no son buenos "en su género", son los creadores del género. La "calidad" que percibimos en sus grabaciones, por tanto, no es la de unos temas musicales particularmente bien construidos sino algo de una naturaleza completamente distinta: al escucharlas, no escuchamos canciones mejores o peores, escuchamos las reglas de acuerdo con las cuales se hacen canciones de música popular, la definición de un nuevo juego que no existía antes de ellos y para el cual fabricaron el tablero, las fichas, el reglamento, los jugadores y hasta los espectadores. Eso es lo que las hace incomparables, y en eso consiste justamente su relevancia social: no son el simple "reflejo" de su tiempo, sino que configuraron (parcialmente) ese tiempo introduciendo en él algo que antes no había, un elemento sin el cual ahora ya esa misma sociedad resultaría completamente incomprensible.

"Hoy he visto la prensa: / dies mil agujeros en Blackburn (Lancashire) / Y, aunque los agujeros eran muy pequeños, / los contaron todos. / Ahora sé cuándo agujeros hacen falta para llenar el Albert Hall".

Y si esto se nos hace hoy más visible que ayer es porque, cuarenta años después de Love me do, y debido a la confluencia de las nuevas tecnologías, las viejas miserias y las operaciones triunfo, estamos asistiendo al desmantelamiento fragmentario de aquel terreno de juego.

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