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Reportaje:REPORTAJE

Sadam, visto por su intérprete

Diluviaban bombas sobre Bagdad, los carros de combate norteamericanos casi cercaban la capital, pero Sadam Husein mandó en aquel preciso momento a su traductor, Saman Abdul Majid, que le transcribiese al árabe la larga entrevista que su yerno, Husein Kamel, había dado a una publicación jordana en inglés, en 1995, durante su fuga a Ammán. Ese mismo año, Kamel se dejó convencer, regresó a Bagdad y fue asesinado.

Nada más estallar la guerra, Sadam había pedido también a su servicio de prensa, al que estaba adscrito Majid, las galeradas -expurgadas de faltas de ortografía y errores de sintaxis del autor- de su última novela, ¡Salid de ahí, demonios! Se trataba, al parecer, de un panfleto antisemita en el que un tal Ezequiel, judío, encarna la maldad absoluta frente a la bondad de musulmanes y cristianos.

"En alguna ocasión, cuando estaba en plena faena con un huésped extranjero, Sadam interrumpía mi labor para insistir en que me tomara un respiro"
El último libro que el presidente iraquí pidió que le comprasen en el extranjero era de Ho Chi Minh y estaba dedicado a las técnicas de guerrilla urbana

Hasta el último momento de su vida pública, Sadam fue un misterio para Majid, de 58 años. Durante más de 15 años, este kurdo iraquí fue el intérprete del presidente para los visitantes anglófonos y francófonos, desde Kofi Annan hasta un emisario secreto de Bill Clinton, pasando por el neofascista francés Jean Marie Le Pen y el cardenal Roger Etchegaray. En total, más de un centenar de personajes.

Con su vida ahora rehecha como intérprete de la televisión informativa árabe Al Yazira, Majid es el primer miembro del régimen baazista que ha plasmado en un libro, Les années Saddam (Los años de Sadam), publicado en París por Fayard, sus recuerdos. Su relato autobiográfico es una radiografía del Diwan, el complejo presidencial.

Desde Qatar, su nueva morada, a la que se incorporará en enero su familia, Majid ha mantenido una larga conversación con EL PAÍS. Aunque no siempre comulga con su política, el ex intérprete presidencial sigue fascinado por el personaje al que sirvió.

Majid tuvo la certeza de que el régimen estaba a punto de caer cuando, el 5 de abril, las tropas de Estados Unidos se adueñaron del aeropuerto de Bagdad. "A partir de entonces, los resúmenes de prensa que enviábamos al presidente con mensajeros nos fueron devueltos", explica. "Los chóferes nos decían, cuando regresaban, que no había nadie en el lugar previsto para entregar el pliego".

Síntesis manuscritas

La guerra había trastocado los hábitos de trabajo del servicio de prensa de la presidencia al que pertenecía Majid cuando no hacía de intérprete. "Cuatro días después de que estallase el conflicto", recuerda, "el secretario personal de Sadam nos ordenó que dejásemos de utilizar los ordenadores e Internet para no ser detectados por los norteamericanos". "¡Escribíamos a mano las síntesis de prensa!".

Del tiempo variable que tardaban los mensajeros en volver a la oficina de prensa, Majid dedujo que Sadam "se movía constantemente por Bagdad" a finales de marzo y principios de abril. "No se alojó en ningún búnker, blanco de los ataques norteamericanos, sino en vulgares pisos o chalés -uno al lado de nuestra oficina-, y se desplazaba también en coches de lo más corrientes", añade. "Lo más seguro para él era mezclarse con la población".

Eso es lo que, según sospecha Majid, Sadam ha seguido haciendo, hasta hace una semana, para escapar de la persecución de sus enemigos. "Su vida de fugitivo no debió de resultarle demasiado ardua", prosigue. "Podía apreciar el lujo de sus palacios, pero seguía apegado a las costumbres rurales y beduinas". "A veces nos decían que se había ido una o dos semanas a cazar animales salvajes importados". "Le gustaba la sensación de peligro".

Aun así, reflexiona en voz alta Majid, "Sadam apenas tuvo tiempo de preparar su pase a la clandestinidad (Bagdad cayó como un castillo de naipes)", y el presidente no pudo poner en práctica el último libro que encargó a su servicio de prensa que le comprase: un incunable de Ho Chi Minh sobre las técnicas de guerrilla urbana desarrolladas por el Vietcong. "Nos fue difícil encontrarlo", subraya.

Desde la clandestinidad, el dictador estaba decidido a resistir. De ahí que Majid se quedase atónito cuando supo cómo se entregó a los norteamericanos. "No me lo esperaba, quería morir luchando o, si no lo conseguía, suicidándose", asegura. "Sólo se me ocurre una explicación de su rendición: que le hayan echado en el zulo alguna sustancia que le dejó atontado, sin capacidad de reacción".

De sus largos años en el Diwan, el intérprete guarda el recuerdo de un Sadam Husein afable con sus colaboradores. "En alguna ocasión, cuando estaba en plena faena de traducción con un huésped extranjero, interrumpía mi labor para insistirme en que me tomara un respiro y me bebiese el té que me habían servido antes de que se enfriase", recuerda.

El aire acondicionado solía incrementar sus molestias en la espalda. Sadam prefería pasar calor, pero "cuando las gotas de sudor caían de mi frente mientras traducía, no dudaba en pedir a sus guardaespaldas que pusiesen la refrigeración", asegura el intérprete Majid.

Más sorprendente aún fue la reacción de Sadam después de que el servicio de prensa repitiese dos veces la misma hoja, y omitiese otra, en el discurso que pronunció en 1991 ante el primer congreso del Baaz tras la guerra del Golfo. Desde la tribuna de oradores fulminó con la mirada a sus colaboradores, pero días después les visitó en sus oficinas. "Cuando se trabaja demasiado puede suceder que se cometan errores", les dijo para tranquilizarles.

El presidente era además, según el recuerdo de su traductor, un hombre generoso que, para agradecerle su primera interpretación, en 1987, con el presidente chadiano Hissène Habré, ordenó que dieran a Majid un sobre de unos 1.200 euros que se añadía a su remuneración de funcionario.

La propina dada al intérprete era poca cosa comparada con el altruismo del que Sadam hacía gala con algunos de sus huéspedes extranjeros. Al chadiano Habré le otorgó en 1987 una renta anual de un millón de dólares. Todavía en febrero pasado, en vísperas de la guerra, Sadam entregó 100.000 dólares al ex presidente de Zambia Kenneth Kaunda.

El temible Udai

Udai, el primogénito de Sadam, para el que Majid tuvo también que trabajar esporádicamente, era más avaro que su padre. Le dio sólo 10 euros por sus servicios. A diferencia de su padre, Udai pretendía desenvolverse en inglés, pero acababa enredándose y se dirigía, entonces, enojado a Majid recordándole que era su intérprete y debía sacarle del apuro en el que se había metido.

A lo largo de las 280 páginas de su libro, el intérprete confirma múltiples facetas descritas por los biógrafos de Sadam -obsesión por la seguridad, trabajador empedernido, carácter desconfiado y colérico, afición por la historia antigua, etcétera-, pero desvela también otras desconocidas.

Sadam era un dictador, pero se tomaba la molestia de someter el borrador de sus discursos e instrucciones a los 18 miembros de la dirección del Baaz. Todos, excepto dos, le respondían deshaciéndose en elogios sobre la forma y el fondo del texto

Los dos díscolos eran, según Majid, el viceprimer ministro, Tarek Aziz, que le hacía sugerencias sobre los párrafos dedicados a la política exterior. El presidente solía tomarlas en cuenta. El otro era Huda Ammash, la única mujer que ocupaba un puesto destacado, y que formulaba observaciones "atrevidas e incluso impertinentes" sobre la situación interna. Sadam las ignoraba.

Kofi Annan con Sadam; en medio, Saman Abdul Majid.
Kofi Annan con Sadam; en medio, Saman Abdul Majid.PHILIP MATSAS

Los chascarrillos del dictador

HASTA EL ÚLTIMO momento, Sadam Husein hizo bromas poco afortunadas a los huéspedes extranjeros que recibía en audiencia: "Usted también está en plena forma. Si no fuese sacerdote, le habría sugerido que se casara. Es más, le habría presentado a una guapa iraquí".

La gracia del matrimonio con la bella iraquí se la gastó el dictador al cardenal francés Roger Etchegaray, de 81 años, presidente de la Comisión Pontificia Justicia y Paz, al que el papa Juan Pablo II envió en febrero a Bagdad para que sondeara al presidente sobre las posibilidades de evitar la guerra.

Saman Abdul Majid, que hizo de intérprete en esa entrevista, asegura que el prelado le puso la broma en bandeja a Sadam porque, al despedirse de su anfitrión, hizo hincapié en que aparentaba tener una salud excelente.

La buena forma del presidente iraquí era, en parte, debida a unas instrucciones sobre la esbeltez que él mismo promulgó en 1987 tras observar durante un desfile militar lo tripudos que se habían vuelto sus generales. Aplicado el principio a rajatabla, la norma fue interpretada con laxitud.

Hassan Guled, presidente de Yibuti, le preguntó a Sadam durante un banquete oficial si él mismo se sometía al control de peso que había impuesto. "Por supuesto", contestó riéndose el dictador, "ostento un cargo importante y quiero conservarlo", le dijo, según recuerda el intérprete.

Para distender el ambiente, Sadam solía también contar chistes durante las audiencias. Su preferido era aquel del pastor kurdo al que los militares castigan, primero, por dar de comer trigo a sus ovejas; después, por alimentarlas con arroz en tiempos de hambruna. Finalmente, cuando el ejército efectúa un tercer control, el hombre, hastiado, responde en el interrogatorio que da unos dinares al rebaño para que adquiera en el mercado lo que le venga en gana.

A veces, sin embargo, Sadam provocaba risas sin saberlo. En octubre de 2000 decidió que el escaso petróleo que el país podía exportar le fuese pagado en euros en lugar de dólares. Poco después quiso organizar una ceremonia en la que el Ejército de Jerusalén, una milicia iraquí llamada así, patease billetes de dólares para mostrar su rechazo a la divisa de EE UU. El presidente preguntó entonces si la leyenda "In God we trust" ("Confiamos en Dios"), que aparece en los billetes verdes, evocaba al Dios de los cristianos o también a Alá, el de los musulmanes.

Ahmed Hussein, jefe del servicio presidencial, se dirigió entonces a Saman Abdul Majid para pedirle que tradujera la inscripción. La respuesta del intérprete -God se traduce por Alá en árabe- no acabó de satisfacer a Sadam, quien echó mano de los servicios de un segundo traductor. Éste confirmó que se trataba en ambos casos del mismo Dios. Contrariado, el dictador resolvió que los billetes fotocopiados que los milicianos iban a pisotear fueran colocados boca abajo para que la palabra "God" no fuera mancillada por las suelas de las botas de la tropa.

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