La marcha de las tres mil mujeres
Tres mil mujeres de toda Colombia recorrieron distancias de hasta 1.200 kilómetros hasta llegar a Putumayo, al sur del país, en una gigantesca manifestación femenina contra la guerra. Es una movilización que se repite desde hace seis años con un mismo mensaje: "Ni un hijo más, ni un peso más, ni un día más para la guerra".
"Las mujeres pazharemos", "fumigaciones = miseria", se leía en las pancartas que adornaban la caravana de 96 autobuses que viajaron a este departamento -recostado a la frontera con Ecuador-, uno de los que han sufrido con mayor rigor los efectos del llamado Plan Colombia -financiado por Estados Unidos-, que busca acabar con los cultivos de coca a punta de fumigaciones.
Antes del viaje, las marchadoras enviaron mensajes a la guerrilla y a los paramilitares. Los llamaron a convertir en corredores humanitarios los trayectos que programaron recorrer
"Vamos a donde nadie se atreve a ir", dice María Eugenia. La idea, además, es recuperar el territorio para la civilidad. "Nos pertenece", afirma rotunda esta líder feminista
"¿Cómo está afectando a las mujeres el conflicto que vive el país?", fue la reflexión que llevó a cuatro líderes feministas a crear la Ruta Pacífica de Mujeres, movimiento que agrupa hoy a 315 organizaciones, entre ellas las Mujeres de Negro. "Queríamos conocer la cotidianidad de las mujeres en medio de la guerra, solidarizarnos con ellas y convertirnos en actoras de paz y sujetos políticos formulando propuestas", contó a este periódico María Eugenia Sánchez, una de las promotoras. "Nos dimos cuenta de que nadie incluía en su agenda este tema".
A finales de noviembre, para coincidir con el Día Mundial de la No Violencia Contra las Mujeres, la Ruta Pacífica programa grandes movilizaciones a los sitios más golpeados por el conflicto. "Vamos donde nadie se atreve a ir", dice María Eugenia. La idea, además, es recuperar el territorio para la civilidad, "nos pertenece", afirma rotunda esta líder feminista.
Este año escogieron Putumayo para denunciar los efectos de la política antinarcóticos y las fumigaciones. "No a las fumigaciones; sí a la erradicación no violenta de la coca", es su posición . Este departamento llegó a tener más de 100 hectáreas de coca. Hoy, luego de la agresiva lluvia de glifosato, han muerto hasta los cultivos alternativos. Son muchas además las dudas en cuanto a sus efectos sobre humanos y animales.
Antes del viaje, las marchadoras enviaron mensajes a la guerrilla y a los paramilitares. Los llamaron a convertir en corredores humanitarios los trayectos que programaron recorrer. No las detuvieron ni los atentados de las FARC, que días previos a la movilización volaron en la zona 40 pozos de petróleo.
Con ollas y avionetas de cartón esparcieron semillas "para que el alimento nunca falte" en Putumayo. En Mocoa -la capital departamental- se unió a la manifestación Aleida, una mujer que sufre prisión por servir de camello de cocaína. La dejaron salir con otras seis presidiarias, acompañada de sus guardianas, para participar en el acto de denuncia y hablar de su drama: "Pedimos a toda la sociedad que reconozca en nosotras a las víctimas del flagelo del narcotráfico y no nos vean como eslabones en la cadena del delito".
El último día y a última hora debieron incluir en el programa un minuto de silencio. Un homenaje a Luz Marina Garzón, asesinada a las seis de la mañana en la puerta de su casa frente a su pequeña hija, justo el 26 de noviembre, Día Mundial de la No Violencia Contra la Mujer. Luz Marina era presidenta del Comité de Derechos Humanos de Villa Garzón, población al norte de Putumayo.
Los últimos martes de mes
MARTA, UNA MUJER DE 50 AÑOS y madre de seis hijos, baja de su casa colgada de las lomas que rodean Medellín a cumplir una cita en el parque Berrío, en el centro de la ciudad, con mujeres como ella que ese día visten de luto. Marta forma parte de Mujeres de Negro, un movimiento internacional que nació en Israel y encontró campo abonado en Colombia. Son mujeres que han perdido hijos, maridos, familiares en la guerra. "Las mujeres no parimos hijos para la guerra, sino para la paz", es su consigna.
"De una u otra manera nos respaldamos porque el dolor nos ha golpeado duro en Medellín", afirma esta líder comunitaria. Esta ciudad, la segunda del país, ha vivido los últimos veinte años una cadena de guerras, enlazadas una tras otra, desde que anidó allí el narcotráfico. La última, la de los paramilitares, se anunció cuando apareció en un sitio público la cabeza de una de sus primeras víctimas. Querían aterrorizar y mostrar que su guerra contra la guerrilla -FARC y ELN- instalada en los barrios populares, como un ejército invasor, iba en serio.
"En la comunidad organizamos plantones cada vez que matan un muchacho", cuenta Marta, y habla del dolor de verlos caer "cosidos a bala" y de los afanes de las madres porque muchas veces les han prohibido realizar el velatorio en las casas.
Los abusos de los armados contra las mujeres han sido de todo tipo: desde prohibirles el uso de faldas altas y blusas cortas hasta la violación y la persecución a las líderes. "Aquí sufrimos calladamente esperando a ver cuándo el Gobierno recompensa a las madres que han visto caer a sus esposos e hijos; esto ha sido muy injusto", opina Marta ahora que en su ciudad empezó la desmovilización de los paramilitares. "Los hombres hacen la guerra; nosotras, a pesar de que no perdonamos ni olvidamos, pensamos que con la concertación y el diálogo es posible que acabemos con tanta sangre".
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