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EL FUTURO GOBIERNO DE CATALUÑA
Columna
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El color del cristal con que se mira

Los resultados de las elecciones autonómicas catalanas del 16-N constituyeron un sueño dorado para cualquier especialista en teoría de las coaliciones deseoso de lucirse ante los colegas gracias a su imaginación combinatoria; cuatro de los cinco partidos que concurrieron a las urnas -sólo el PP quedó sin décimo de la lotería- tenían la posibilidad de ser agraciados en el sorteo. Las maniobras desplegadas por el Ejecutivo de Aznar y la campaña propagandística desatada por sus portavoces oficiales o mediáticos desde la misma noche electoral apuntaban en apariencia a cerrar patrióticamente el paso de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) al Gobierno de la Generalitat; el presidente Aznar y el secretario general Rajoy viajaron incluso a tierra de infieles para comunicar a los empresarios catalanes -marginando al candidato Piqué de esa grotesca interferencia- los peligros de una epidemia secesionista propagada por los virus de Carod-Rovira. Sin embargo, el verdadero móvil de las requisitorias apuntaba en otra dirección: impedir a todo trance que el socialista Pasqual Maragall sucediese a Jordi Pujol al frente de la Generalitat. Dado ese orden de prioridades, un eventual gobierno de frente nacionalista presidido por Artur Mas sobre la base de una alianza entre CiU y ERC -aunque indeseable en sí mismo- hubiese constituido para los populares un mal menor; esa fórmula, en cualquier caso, fue descartada por Pujol durante la anterior legislatura en beneficio de un doble pacto parlamentario -catalán y español- con el PP.

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Tal vez el principal impulso a favor del incoado gobierno PSC-ERC -ICV haya sido la voluntad de materializar -tras dos décadas de hegemonía del CiU- la alternancia en el poder que los partidos predican cuando la china les toca a sus adversarios pero rechazan si les corresponde a ellos. Los intentos del PP para conseguir por todos los medios que Artur Mas prorrogase cuatro años más la interminable etapa de permanencia de CiU en la Generalitat contrasta con sus paralelas invocaciones a la salida del PNV de ese poder autonómico que ocupa ininterrumpidamente -al igual que CiU- desde 1980. ¿Cómo explicar el distinto color del cristal con que el PP mira la alternancia según se trate del nacionalismo catalán o vasco? Porque si Rajoy no obtuviese en marzo de 2004 mayoría absoluta, necesitaría los escaños de CiU para completarla: como ocurre desde 1995, favor con favor se paga.

La acción combinada de los correctivos a la proporcionalidad de la normativa electoral fijada provisionalmente por una disposición transitoria del Estatuto de 1979, el papel central de los medios de comunicación controlados por el poder autonómico en las campañas electorales y la abusiva identificación del candidato presidencial con la defensa excluyente de los intereses patrios amenazados por el enemigo exterior han desfigurado en estos 23 años el sistema político de Cataluña hasta el punto de transformarlo en un remedo de democracia plebiscitaria destinada a eternizar la hegemonía de CiU; el tejido de redes clientelares, la patrimonialización de la Administración Pública y los nidos de corrupción suelen acompañar a esas duraderas estancias partidistas en el poder.

Los comicios del 16-N no hicieron sino restablecer las reglas de juego del comienzo de la transición, propias de los regímenes parlamentarios abiertos a las negociaciones y a las alianzas entre los diferentes partidos que dominan la política europea. En esas elecciones, CiU consiguió la victoria en términos de escaños, pero no obtuvo la mayoría absoluta; los socialistas - con cuatro diputados menos en el Parlamento y 8.000 sufragios más en el recuento global de los votos- tienen plena legitimidad democrática para forjar una alianza que les permita encabezar el Gobierno de la Generalitat. El Ejecutivo de Aznar les acusará, de aquí a las próximas elecciones generales, de poner en peligro la cohesión y unidad de España; como demuestra el desleal comportamiento del PP con el PSOE en el País Vasco, es seguro que los portavoces populares también dirigirían esa necia vileza propagandística contra Pasqual Maragall aunque no fuese investido presidente.

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