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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Gana Putin

Todo estaba claro antes de las elecciones legislativas del domingo en Rusia y todo lo está después. El presidente Vladímir Putin sale robustecido de unos comicios que son el ensayo general de las presidenciales de marzo, en las que el inquilino del Kremlin renovará su mandato. Pero la democracia, en contra de lo que Putin proclama, queda malparada tras unas elecciones sesgadas por el masivo apoyo estatal al partido Rusia Unida, en realidad el partido de Putin, aunque Moscú mantenga la útil ficción de que el jefe del Estado está por encima de las formaciones políticas.

Rusia Unida, un bloque creado por el Kremlin para la elección de 1999 -una amalgama de políticos, altos funcionarios y hombres de negocios sin otro ideario que aupar a su inspirador-, ha triplicado los votos de cualquiera de sus oponentes. Los grandes perdedores son los comunistas, que afrontan su ocaso con la mitad de los sufragios de hace cuatro años, y las formaciones liberales, incapaces de alcanzar el umbral del 5%. El triunfo por primera vez desde la caída del comunismo de un partido del poder con su propia mayoría significa que la nueva Duma será más nacionalista y populista y menos reformista que la anterior.

La Cámara baja va a estar en manos de Putin como nunca antes. Y todo sugiere que, tras las negociaciones pertinentes, el presidente puede llegar a controlar los dos tercios del Parlamento, aquellos que le permitirían cualquier cambio legislativo, incluida la modificación de la Constitución, con 10 años de vida, para permitir un nuevo mandato. Sin duda podrá contar con el ultranacionalista Vladímir Zirinovski, que casi ha duplicado sus votos y que, con su veta folclórica de ogro antioccidental, se alinea fielmente con el Kremlin en temas importantes.

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Putin ha impulsado el crecimiento económico y la estabilidad de Rusia, pero a la vez utiliza los inmensos resortes de que dispone para apretar el corsé del Kremlin sobre la sociedad y sofocar una democracia incipiente. El presidente ruso ha jugado muy fuerte en los últimos tiempos, cercenando los medios informativos no afines, desacreditando a sus responsables o llegando a encarcelar al hombre más rico del país, uno de cuyos mayores pecados ha sido plantearse un desafío político al inquilino del Kremlin. Por no hablar de Chechenia.

Poco hay que celebrar, pues, en estas elecciones, las cuartas desde la disolución de la URSS, puestas ayer en la picota por la OSCE y la Casa Blanca. No pueden ser limpios unos comicios en los que los manipulados medios del Gobierno se vuelcan en un partido y ningunean a los demás y donde los recursos económicos del Estado se ponen a disposición de una sola fuerza política, por más que formalmente se produzcan al modo de los países democráticos.

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