El enigma
Por lo que dicen los que cuentan ya con los impresos deseos de feliz Navidad de Gallardón, el alcalde no ha optado en su tarjeta por el pesebre de Belén, sino por todo lo contrario: un palacio, su palacio. Ha querido matar dos pájaros de un tiro: felicitar las fiestas y ofrecer su nueva casa. O tal vez ir asociando ya la antigua Casa de Correos, otra, a la imagen del municipio y a su nuevo presidente. Pudo haber repartido el espacio de la tarjeta e incluir en ella la amplia iconografía inmobiliaria del Ayuntamiento, entre la que se encuentra la nueva casa de trabajo de la concejala Botella, aunque sólo sea para que el espíritu navideño nos lleve a considerar que su alquiler ha sido un chollo para lo que los necesitados merecen a la hora de ser recibidos por una servidora pública. En la elección de la imagen del fuerte en el que se recluye Gallardón han querido ver algunos, quizá obstinados con que todo gesto en él es pura autobiografía, no sé qué mensaje. Quizá quiso decir que, palacio por palacio, me quedo con éste, o no sé si, para palacio, éste es más cómodo y más céntrico y me basta por ahora. Pero no creo que el alcalde, aunque picarón, esté por los desafíos inmobiliarios ni por demostrar, fanfarrón, que a Madrid si algo le sobra son casas consistoriales.
Sin embargo, lo que ha sorprendido más es que Gallardón se haya hecho acompañar por la excelencia poética de Rainer Maria Rilke para sus deseos de paz y ventura. Y no porque nuestro joven regidor carezca de gusto literario, ni porque se le tenga por más lector de prosa que de poesía o por más frecuentador de la música que del verso, aunque verso y música vayan tantas veces juntos. Ni siquiera porque en el partido político al que pertenece la exclusiva poética fuera de su jefe de filas hasta que la prosa de Bush y los fervorines de Trillo lo han dejado sin tiempo para la lírica. Tampoco ha sorprendido que se desmarque de los gustos beatos de su antecesor y haya prescindido de un villancico con zambombas para ofrecernos una reflexión acreditada por la solvencia espiritual de un gran poeta. Quizá lo que persiga el alcalde es hacerse esperar cada diciembre con una sentencia prestigiosa en lugar de canturrear desde un balcón la copla cursi y desafinada de Manzano. Un modo de conseguir notoriedad en el que era maestro Tierno Galván, cuyas formas ilustradas desaparecieron de la Casa de la Villa y que tal vez ahora quiera recuperar Gallardón en el Palacio de Comunicaciones ante el asombro de aquellos nuevos socialistas que pudieran creer o haber creído que esas antiguas formas no traen votos. Pero para hacerse notar, Gallardón no necesita de más jefe de marketing que él mismo. De modo que tomó a Rilke por el lado más meditativo y, aprovechando la ambigüedad de la poesía, citó al genio alemán: "El que ha osado volar como los pájaros, una cosa más debe aprender: a caer". Para qué fue eso: el enigma pobló la corporación municipal y se propagó al instante por todo el Partido Popular. ¿Incurría de nuevo Gallardón en la autobiografía, hablaba de sí mismo? O, por el contrario, ¿se dirigía a otro? ¿A quién, a quiénes? Sólo él podría aclararnos su intención, pero me temo que, divertido, ante estas preguntas que se ha buscado sólo respondiera con la sonrisa pícara del muchacho que ha consumado la travesura. Puede que explique ahora con humildad nada creíble que a él mismo se refiere y a todos nosotros -¿quién no ha osado volar?-, pero también barrunto que Gallardón debe creerse aún en vuelo y que su caída la tiene prevista más bien para largo. Sin embargo, que la sentencia esté dirigida a otro no impide que el envío tenga relación con su autobiografía, la que se desarrolla cada día y la que siempre tiene prevista en su vuelo.
Ahora bien: la idea de Gallardón para su felicitación navideña no es original. Tanto en la elección de una frase o de unos versos, como en la capacidad de éstos para provocar revuelos por su intención, tiene un antecedente: ya lo hacía, y no sé si sigue haciéndolo, Alfonso Guerra. Pero no creo que eso le importe: al alcalde de Madrid los rojos sólo le dan miedo en campaña electoral, o, mejor dicho, trata de meter miedo con ellos. Por lo demás, Guerra y él tienen en común, además del gusto por el arte, la pasión por hacer de Pepito Grillo.
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