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Columna
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Héroes

Ha habido un homenaje de IU a José Manuel García Caparrós, el joven al que mataron en Málaga hace 26 años durante una manifestación que reivindicaba la autonomía andaluza. El coordinador de IU, Diego Valderas, ha dicho que José Manuel García Caparrós y Blas Infante "están ligados por haber dado su vida y su sangre por un ideal y por unos derechos". También ha habido un funeral por los siete militares asesinados en Irak. Aznar y el capellán que ofició la ceremonia han venido a decir más o menos lo mismo.

El heroísmo siempre ha tenido muy buena prensa. La literatura antigua y los telediarios actuales glorifican a a los valientes que dan su vida por una idea. Aunque con matices: los que chocan su avión contra las Torres Gemelas o los que se forran de explosivos y se revientan -también por una idea- no son idealistas, sino fanáticos. Fanáticos que someten a una Gran Esperanza no sólo su vida, sino también la vida de los demás. Fanáticos que matan a ciegas, que no tienen ni siquiera la delicadeza de ocultar sus matanzas bajo el célebre eufemismo. Daños colaterales.

José Manuel García Caparrós se merece todo nuestro reconocimiento. Claro que lo admiro. A él y a las víctimas del franquismo que el otro día fueron homenajeadas en el Congreso por todos los grupos parlamentarios, salvo por el PP. A ellos y a todos los extranjeros que vinieron a un remoto país a luchar contra el fascismo. Admiro a quienes desembarcaron en Normandía; y creo que deberíamos saber sus nombres de memoria, como si fueran reyes godos, y leer en el colegio sus biografías truncadas. Son vidas irrepetibles. Y no sólo porque cada uno de esos hombres muertos sea un acontecimiento interrumpido que no volverá a producirse jamás, sino también porque esas actitudes son difíciles de encontrar hoy día.

Aunque en la mili juré dar por la patria hasta la última gota de mi sangre, no sé si sería capaz de cumplir mi promesa. Creo que no. Ni por la patria ni por ninguna otra abstracción. Otra cosa es que me viera amenazado. Entonces es posible que mi instinto de supervivencia me empujara a luchar contra un enemigo dispuesto a aniquilarme físicamente. Pero eso no es morir por una idea o por una causa. Eso es defenderse. Lo que quiero decir es que no me creo capaz de dar mi vida ni mi sangre, como dice Diego Valderas, por la autonomía andaluza. Y mucho menos por la unidad de España o por una Cataluña lliure.

¿Cobardía? Es posible. La propaganda del heroísmo ha servido siempre para justificar privilegios sociales. Los nobles lo eran por el valor mostrado durante la Reconquista. Eso decían. Aunque existían coplas que los retrataban cagados de miedo. Además, la exaltación del heroísmo ha facilitado siempre el reclutamiento de los pobres, y ha garantizado su callado y barato sacrificio en el campo de batalla. En cuanto a lo de luchar por las ideas... Las ideas ya no existen; su formulación está en manos de una pandilla de canallas, que la utilizan para satisfacer su ambición política, económica o personal. Crees que estás luchando por la libertad de los hombres y en realidad te han matado por salvarle el bigote a Aznar.

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