El trompetista y Bush
Cuando en la final de la Copa Davis el trompetista australiano entonó el Himno de Riego, al secretario de Estado para el Deporte le hirvió la sangre, y en un acto de pundonor patriotero pidió a nuestros tenistas que abandonaran la pista. "Es una ofensa imperdonable", les dijo. "No juguéis hasta que suene el Himno nacional", les ordenó. Que los australianos reconocieran el error no fue suficiente y, tras exigir la repetición del acto afirmó que se iba a pedir a la Federación Internacional la apertura de una investigación. No recuerdo si se llamó a consultas al embajador ni si se abrió un conflicto diplomático, pero el orgullo de la bravía sangre española quedó patente.
Pocos meses antes de esta anécdota, el gobernador de Florida -la antigua Florida española-, Jeff Bush, hermano del presidente del imperio norteamericano, en un español bastante correcto vino a Madrid a saludar al presidente de la "República" española. En aquel momento el orgullo hispano no apareció por ningún lado y el mundo oficial, alegrándose en el fondo de que hubiera elevado la categoría de nuestro presidente, redujo la ofensa a un desliz sin importancia.
Ya se sabe: ante el dingo australiano, con cuyo país no hemos tenido más contencioso que el que periódicamente nos ofrece la pugna por La Ensaladera, podíamos sacar la cara; ante el elefante americano, cuyo país nos despojó de las colonias y ha humillado y humilla a las naciones hispanas, no convenía sacar la cara; no fuera que nos la rompiera impidiendo que nuestro presidente pueda seguir ofreciendo sacrificios en el altar del imperio.
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