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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Así éramos, así somos

Cuando nació, hace 25 años, no había ducha ni baño en el 40% de las viviendas, y en más del 10% no había agua corriente. La población analfabeta y sin estudios sumaba una cuarta parte entre los mayores de 16 años. Dos millones de españoles vivían y trabajaban en el extranjero y la sanidad pública no alcanzaba a más de seis millones de personas. El 80% de las familias no salía de vacaciones. La lengua que muchos españoles hablaban en su marco de relación no tenía sitio en la escuela, la Administración o los medios informativos.

Éstos son algunos trazos del mundo real, pasado por el ajuste abstracto de la estadística, que acogió al español nacido con la Constitución. Forman parte del libro La sociedad española tras 25 años de Constitución, que ha editado el Instituto Nacional de Estadística, y que da cuenta de una transformación social tal vez sin precedentes en los países desarrollados. El informe invita a deshacerse de las dudas que acompañan siempre a la definición del concepto de progreso: después de 25 años, ser español parece hoy una condición mucho más agradable.

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Las malas noticias son escasas. Cierto: los españoles comen menos legumbres, pero recordando los garbanzos preconstitucionales de Fraga quizá ni siquiera se trate de una mala noticia. Van menos al cine, en efecto; pero el leve descenso debe asociarse al espectacular crecimiento del mercado televisivo y videográfico. Algo más preocupante parece que la fecundidad, 1,3 hijos por mujer, se sitúe por debajo del mínimo de 2,1 necesario para la renovación generacional.También es verdad que la percepción espontánea sobre la degradación del medio ambiente encuentra en el informe alguna base, como el espectacular aumento de muertes en las que puedan haber incidido alteraciones ecológicas.

Por lo demás, el optimismo que aportan los datos es general. En la España de hoy se habla poco de emigrantes y mucho más de inmigrantes: casi setecientos mil trabajadores han regresado y los 165.000 inmigrantes de 1978 se han convertido en dos millones. La esperanza de vida ha aumentado en cuatro años: ya está en los 79. En la década de los setenta morían más de 20 mujeres por cada cien mil nacimientos: hoy mueren tres. Del millón y medio de plazas universitarias, el 53% las ocupan mujeres; y aunque el trabajo doméstico siga decantado hacia el sexo femenino, el incremento de la participación masculina en este ámbito no requiere corroboración. El descenso demográfico ha procurado alguna ventaja: el número de alumnos por profesor está actualmente en 12,3, seis por debajo de 1978. Y hay muchos más españoles trabajando: un 33% más que en 1978.

Sería una ilusión identificar sin más el aumento en el consumo con mejora de las condiciones de vida. Pero el consumo proporciona materiales imprescindibles para el análisis sociológico. El hombre constitucional tiene coche (80% de hogares por un 33% en 1975) y equipo de música (61%). Y lavadora, frigorífico y televisor, casi en magnitudes unánimes. Compra más libros y lee más periódicos (lo hace el 36%, frente al 26% de 1980), aunque ahora haya menos cabeceras. La audiencia de todos los medios de comunicación ha aumentado. Incluso la de la radio, que ha mantenido su lugar, contrariando profecías apocalípticas. Las horas dedicadas a la televisión han crecido entre los que sólo tienen estudios primarios, pero decrecen a medida que aumenta el nivel de instrucción. La conjetura sobre una paulatina incompatibilidad de la actual programación televisiva con las clases más instruidas es una noticia de interés para los programadores. Sobre todo teniendo en cuenta que Internet, probable destino de muchos ex televidentes, alcanza ya una audiencia del 20,4%.

Ante cualquier informe estadístico sobresale la dificultad de traducir las cifras en adjetivos. Pero no supone ninguna pirueta concluir que en estos años constitucionales España ha conseguido ser un país más justo, más libre, más culto y más higiénico. Seguramente no se debe únicamente a la Constitución que estrenamos hace un cuarto de siglo, aunque es difícil no estar de acuerdo con las palabras de ayer del Rey al atribuir a la Norma Fundamental un papel decisivo en la estabilidad política de la que depende no sólo la "convivencia en libertad" y la "articulación de nuestra pluralidad y diversidad territorial", sino la "transformación y modernización de España". Porque si nos comparamos con otros países que en este periodo también han transitado de dictaduras perfectas a democracias imperfectas, cabe concluir que ese marco compartido de libertades nos ha librado de enfrentamientos trágicos. Y no deja de ser significativo que, como estos días ha dicho el escritor Jorge Semprún, lo único que sobrevive del franquismo sea ETA; aunque ya sin la capacidad desestabilizadora de años atrás.

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