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Columna
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La Copa

Miquel Alberola

Es evidente que todos los problemas que Valencia tiene planteados en el horizonte no se resuelven con albergar la sede de la Copa del América. Sólo hay que haber leído el titular de la entrevista que Sara Velert realizó en estas mismas páginas al director general del Consorcio Valencia 2007, José Salinas, para constatarlo empíricamente. "La Copa es una puesta de largo de Valencia en el mundo", promulgaba, como si a continuación una brigada municipal tuviese que ir a esculpírselo en mármol a la entrada de la ciudad por Mislata. Más allá de la mera organización de la competición, y de la locuaz figura tardomachista representada por Salinas, el objetivo último parece que no tenga que ser otro que reducir las posibilidades que ofrece ese acontecimiento a una retumbante gala social que proyecte en el mundo la imagen de una Valencia adornada para la ocasión. Sin olvidarnos del desprecio implícito que transpira el discurso oficioso al poner el cuentakilómetros de la ciudad a cero, acaso para reinventarla desde la nada, como si en el siglo XV no hubiese sido ya un referente y con una prosapia tan notable como para que Leonardo Da Vinci se ocupase del diseño de su artillería. ¿Qué imagen han convenido el Ayuntamiento o el Consorcio que tiene que dar la ciudad al mundo? No lo sabemos. ¿Están en ello? Desde que se produjo la designación, la imagen que se quiere transmitir al mundo, aprovechando la gran publicidad que se supone que acompaña al evento, sólo se ha concretado en ventosos estrépitos de cemento, como si en vez de encajar el acontecimiento en un propósito estratégico para Valencia sólo se tratase de lo que insinúa Salinas. Porque si en realidad estamos ante un proyecto estructural ya deberíamos saber qué modelo de ciudad quiere el PP y en qué condiciones de consenso con la oposición, que se supone que tendrá el suyo, se va a producir. Si esto va en serio, se requiere el entusiasmo y la cohesión de toda la sociedad. Pero si sólo se trata de un Bienvenido Mister Marshall que nos va a precipitar en una honda decepción, muy lúcida pero desastrosa para una ciudad sistemáticamente relegada desde Madrid, vale más aclararlo pronto y que centremos las expectativas en el Gordo de Navidad.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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