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Columna
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Frustraciones

No sé si ha sido casualidad o si estaba previsto que la película Te doy mis ojos de Iciar Bollain coincidiera con el día del maltrato de género, pero ha sido muy oportuno. Hemos dicho leído y oído muchas cosas sobre el maltrato de género, pero la imagen es tan poderosa que una buena película -no las que hemos podido ver en la televisión- no sólo sorprende y proporciona nuevas claves para interpretar el drama, sino que deja muy claro que la única solución la tiene la mujer maltratada rompiendo la tela de araña que la envuelve. Ella sola.

Esa tela de araña, en la que están prendidos todos los casos anónimos que salen a la luz al cabo de los años, está perfectamente descrita en la película: el recuerdo que se quisiera revivir, los hijos, la familia, las fiestas familiares, la vida de los demás, la soledad, la desorientación, la inseguridad. Por eso Pilar vuelve a su casa dos veces, mientras se va encontrando a sí misma. Después se va definitivamente.

Otro tema importante que trata Iciar Bollain es la actitud de los maltratadores en una terapia de grupo. La dificultad de salir del chiste fácil en el que todos se compenetran, de admitir un problema, de separarse del grupo y mirarse a sí mismos. El marido de Pilar tiene voluntad de cambiar y lo intenta: descubre que el miedo que tiene a que su mujer lo abandone se debe a no poder darle el nivel de vida que tiene su hermano y su cuñada; hace sus deberes cada día escribiendo sus pensamientos positivos y negativos e intenta seguir el consejo de abrir la puerta y largarse a la calle en el primer momento en que sienta que la ira comienza a apoderarse de su cuerpo y su cabeza. Pero sólo lo consigue una vez; la segunda no llega a tiempo y la tercera ni lo intenta.

El valor de asumir las propias frustraciones se ha de aprender desde niño. El problema, según una teoría psicológica, es que las madres sólo se lo pueden enseñar a las hijas, mientras que los hijos sólo lo aceptan del ejemplo y la boca de los padres; y así se cierra el círculo de posibilidades. Por encima del problema del respeto, que ya es importante, está el de la frustración que no se puede asumir, que durante siglos no se ha podido asumir; ni siquiera un error: los hombres nunca se equivocan. Y estamos inmersos en una sociedad plagada de frustraciones.

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