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Tribuna
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Acabar con el nacionalismo

La democracia tiene eso: un buen día le da por cambiar un grupo experimentado en el Gobierno para poner a otro que quizá no sabe tanto, pero que tiene por lo menos la ventaja de no saber ya demasiado. En ese entre poc i massa, la gente escoge el poco para romper la telaraña que con el tiempo se ha ido formando entre los intereses públicos y los privados, los corporativos y los institucionalizados.

A eso se le llama alternancia y así es, en efecto, como se redibuja el cuadro político en los países normales. Pero he aquí que los países sin la libertad suficiente para gestionar sus intereses y aspiraciones (López Burniol) no pueden limitarse a pintar el cuadro, sino que se ven condenados a cuestionar una y otra vez el propio marco en que se mueven. De ahí que tanto o más que el contenido material de los programas, en estas elecciones se haya votado acerca de su continente: sobre el marco político que debe contenerlos. Los resultados de Esquerra Republicana lo muestran bien a las claras. Esquerra ha enfrentado el reto, encauzado en su día por el PSC, de invertir literalmente el lerrouxismo asociando su proyecto a los "nuevos catalanes". Y así se las han visto quienes aconsejaban a los socialistas evitar hoy los temas del marco, ya que eso era jugar en campo contrario, un campo en el que iba a ganar siempre CiU.

La supuesta radicalidad de los votos que han huido de los partidos mayoritarios para ir a ERC e ICV muestra un deseo de normalidad expresado de un modo maduro

Yo creo que la supuesta radicalidad de muchos de los votos que han huido de los partidos mayoritarios para recalar en Esquerra e Iniciativa muestra, de hecho, un deseo de normalidad expresada, además, de un modo bastante maduro. Es el deseo de que alcancemos un marco político en el que no sea necesario ya ser nacionalista y donde nuestra identidad no tenga que ser tanto expresada como simplemente ejercida. Un deseo que no se ha manifestado, como era habitual, en una homogeneización de los votos en torno a un nuevo líder nacional, sino en una mayor dispersión y pluralismo de las opciones. El contraste con las tendencias del voto en España no puede ser más claro. Y yo pienso que el mejor testimonio de que somos y debemos ser reconocidos como distintos de ellos es precisamente eso: lo plurales y distintos que empezamos siendo ya nosotros mismos.

He dicho que necesitamos más independencia para poder dejar de ser nacionalistas de una santa vez. Y la necesitamos también para que esas cabezas castellanas, únicas capaces de entender eso de España (Ortega), comiencen a entender también eso de Cataluña. Pero no es reivindicando por enésima vez la propia identidad o consiguiendo más competencias como van a comprenderlo o a tomárselo en serio (al fin y al cabo, el que concede es siempre el rey y como tal le confirman los conseguidores). Es más bien explicando cuál es el horizonte al que apuntamos -como país europeo, por ejemplo- y que ninguna declaración de Toledo puede rechazarlo en nombre de que Europa "ha de continuar superando fronteras". De hecho, en estos años Europa no ha dejado de reconstruir muchas de las fronteras que las guerras mundiales habían creado, uniendo lo distinto y aun lo opuesto. Son así las voluntades y los votos los que ahora han de ir rediseñando las fronteras que la sangre, el fuego, la ocupación y la tiranía habían dibujado.

Son esas mismas voluntades y votos que aquí, tanto desde la perspectiva socialista como desde la republicana, dibujan un horizonte claro y encaminado a enterrar el nacionalismo. La coalición de Maragall, tratando aún (y yo creo que por última vez) de establecer una leal y cordial relación con una España en la que podamos llegar a ser también protagonistas. Esquerra, explicando su proyecto de independencia, que "estará o no hoy en la agenda, pero que estar, está", y que les permitiría incluso participar en el gobierno de España.

Ahora bien, yo creo que la conjunción de estos dos proyectos puede tener tres consecuencias que beneficien incluso a aquellos a quienes en apariencia perjudican: 1. Redimensionar Convergència a fin de que vuelva a encarnar y representar lo que ha sido antes de su metástasis burocrática y clientelar. 2. Estimular en el socialismo catalan la efectiva independencia respecto de su socio español. 3. Darle al propio PSOE un meneo: algo que, en su actual coyuntura, puede actuar de reactivo para la necesaria renovación de su discurso y para su eventual capacidad de convocatoria frente a los populares.

En cualquier caso, frente a los "nacionalistas" de aquí y de allí, ojalá las formaciones de izquierda acuerden trabajar juntas para que eso de Cataluña deje de ser un querido tema -que si somos, que si no somos- para transformarse en una efectiva tarea.

Xavier Rubert de Ventós es filósofo.

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