Visita a Guinea
En los tiempos recientes, la política exterior española cada vez deja indiferentes a menos personas, sorprendidas sobre todo por el apoyo incondicional al Gobierno estadounidense, muy criticado y rechazado por una considerable mayoría de nuestra población. Quizá por ello no sigamos con tanta atención la política desarrollada respecto a otros países.
Me sorprende leer en su periódico, el pasado sábado 22 de noviembre, la noticia de la visita de la ministra Ana Palacio a Guinea Ecuatorial, con el objeto de reactivar las relaciones diplomáticas con este país. Todavía tengo en mi recuerdo la recepción, con todos los honores, que le hizo el presidente Aznar a Teodoro Obiang, dictador de dicho país, hace unos años. Todavía recuerdo con tristeza el apretón de manos que se dieron ambos líderes, sonrientes, en la escalinata del Palacio de la Moncloa. Aquella fue otra oportunidad perdida para condenar un régimen que dura ya demasiado (24 años), y quién mejor para hacerlo que España, país del que Guinea fue colonia durante tantos años.
Ahora, al mismo tiempo que Guinea se convierte en uno de los mayores productores de petróleo de África, curiosamente España vuelve a querer acercarse diplomáticamente a ese país. Ahora que lo del respeto a los derechos humanos está tan de moda, España mira para otro lado: donde estén unos buenos barriles de petróleo, que se quiten todos los torturados, asesinados y represaliados por el régimen guineano. La ministra Palacio estrecha la mano de Obiang, manchada de sangre y de petróleo, y luego se lava las suyas.
