¡Al abordaje!
Una bendición, un milagro, una suerte morrocotuda es lo que ha sucedido. No pretendo despreciar en absoluto el esfuerzo de los protagonistas de la gestión, junto con el refuerzo de los actores secundarios y hasta de los sufridos extras que colaboraron en el éxito. Pero la fortuna es desagradecida y todo eso se desdibuja con el estallido de la euforia que inunda toda la ciudad con un optimismo contagioso. Es imposible la crítica o la recomendación de prudencia en estos momentos, porque sólo existe el triunfo y la ilusión del futuro.
Es cierto que uno se puede poner pesado y decir que las sociedades no pueden vivir exclusivamente de acontecimientos deportivos o de competiciones internacionales, que necesitan un desarrollo más pausado y unas bases más sólidas. Pero también es verdad que las ciudades, como las personas, necesitan de vez en cuando echarse una alegría y sentir las caricias de la suerte para seguir caminando con energías suficientes. La Copa del América es todo eso y muchas cosas más para Valencia. Es el símbolo afortunado de un nuevo período, el pistoletazo de salida para un equipo de gobierno que cubría etapas pero que no terminaba de arrancar. Pues ya está, suerte a todos, siempre que sea realmente para todos.
A mí, con perdón, me preocupan otras cosas. Principalmente me inquieta el amplio recorrido de tres largos años hasta la Copa, junto con los meses de competición, que habrá que apurar a pequeños tragos para que no emborrache o se nos indigeste. Pueden suponer que a partir de ahora todo será náutico, nos invadirán las metáforas navales y las navidades tendrán regalos marítimos. Un fastidio. Ya me imagino al consejero González Pons diciendo que las escuelas van viento en popa o a Rambla arengando a la marinería al grito de que hay que poner la proa a la legionela, por no pensar en algún que otro personaje público vestido de marinero. Y no es broma, porque ayer mismo, en casa de un amigo, observé con horror cómo desempolvaba un antiguo traje de marinerito pensando en la próxima primera comunión de su hijo. Me entraron escalofríos ante lo que se avecina.
La Expo de Sevilla estuvo bien, o casi, pero era un latazo escuchar a los amigos y sus interminables comentarios sobre el recorrido a través de todos los pabellones o las clases de sevillanas de todos los cursis. Las Olimpiadas de Barcelona fueron magníficas, flecha incluida, salvo el furor intelectual por el deporte que desató ríos de tinta y hasta provocó la aparición de originales disciplinas universitarias, que ahora languidecen en los vestuarios de la academia. Veo llegar el fantasma de nuevas cátedras de psicología marítima o de la seguridad vial en el mar, acompañadas de observatorios sobre la vela y lucrativas clases sobre el nudo marinero. Asusta un poco.
Pero merece la pena, no se puede poner en duda, y eso quiere decir que debemos felicitarnos, aceptar la buena suerte y comenzar el trabajo. Ahora pintan copas y oros, que ya está bien de tantos meses y tantos telediarios con los bastos y las espadas. Las cartas están echadas y sólo nos falta iniciar el largo viaje que va desde el páramo de Terra Mítica hasta la jugosa Copa del América, toda una aventura llena de emociones y sobresaltos. Pues claro que merece la pena.
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