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Columna
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Dos miradas en el Artium

Dos exposiciones de diferente signo pueden verse en el Artium vitoriano. Una está compuesta por 179 piezas del artista guipuzcoano Nicolás de Lekuona (1913-1937). Se trata de una selección de dibujos, pinturas, fotografías y fotomontajes elaborados en el período que va de 1932 a 1937. La suma de obras, de las más pequeñas -que son mayoría- a las más grandes, conforman un conmovedor testimonio en torno a ecos vanguardistas de la época. Lekuona se mueve mejor en la corriente surrealista, sin olvidar experimentar al modo postcubista. En los fotomontajes, pese, a que su técnica es rudimentaria y balbuciente, se percibe un formidable e innato sentido de la composición y del ritmo. Algunas de esas piezas parecen habitar sobre el espacio como un bello ballet visual. En lo plástico y en lo fotográfico resuenan los ecos de Picasso, Juan Gris, Benjamín Palencia, Alberto Sánchez, Max Ernst, por un lado, y Man Ray, junto a Rodchenko, por otro lado. Maldita mil veces la bomba que mató en el frente de Frúniz a aquel artista camillero que llevaba en su interior las más hermosas intenciones creativas.

La segunda exposición la firma otro guipuzcoano: Pello Irazu (Andoain, 1963). Contrariamente a la atmósfera intimista de Lekuona, lo que pretende Irazu es abrir el espacio a la máxima potencia. La muestra se asienta en torno a esculturas. Una de ellas, de forma cuboide, está fabricada en torno a lo hermético, al lado de cierto halo de misterio. Los leves giros de los soportes de acero y la feble sutilidad del uso de la cinta adhesiva otorgan un solvente complemento a la escultura.

La otra se muestra claramente con intencionalidad deconstructivista. Queda bien plantada, con convincente equilibrio, acertada la austera utilización de los colores, muy rica en cada visión de los 360 grados, al lado de la austera aparición de los apenas entrevistos vendajes de cinta adhesiva, por demás inquietantes, generadores, asimismo, de cierta dosis de misterio. Si hemos hablado de ecos de otros autores en la obra de Lekuona, los ecos de Irazu se llaman Ángel Bados y Txomin Badiola.

Ahora bien, todo lo que logra en la realización de las esculturas, lo pierde en los dibujos (no en todos) y en los dos murales. Pretende hacer convivir las sólidas formas constructivistas con trazos gestuales. El resultado es fallido, por más que esa mezcla de constructivismo y gestualismo, juguetonamente superficial y esteticista, permita crear una puesta en escena de espectacular limpidez y asepsia. Lamentablemente, la grafía gestual, en este caso, se ha encargado de matar al concepto. En última instancia el pensamiento debería decirle a la vocación parricida de la mano: "No haga de gallo quien nació gallina".

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