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Cruce de críticas en Turquía por los fallos de seguridad en los atentados

Juan Carlos Sanz

El eco de las bombas colocadas por los fanáticos integristas en Estambul se ha oído en toda Europa y EE UU. A caballo entre continentes, puente entre Oriente y Occidente, el único país musulmán miembro de la OTAN se ha dado de bruces con una realidad explosiva: Turquía se confirma como nueva frontera de Europa, sin dejar de ser la nación islámica con mayor libertad económica y política.

Como recuerdan varios comentaristas de la prensa local, los turcos han vivido encerrados en sus exagerados debates domésticos sobre el uso del velo islámico o las barbas en la vida pública: en su vieja contradicción entre tradición islámica y modernidad laica. Mientras, el mayoritario rechazo de la población a la guerra de Irak (más de dos tercios, según las encuestas) y las maniobras políticas de Ankara para evitar su despliegue militar en el país vecino parecían preservar a Turquía de la amenaza del terror.

Ahora, el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, ha puesto a trabajar a todas las fuerzas de seguridad turcas, incluido al Ejército, en la lucha antiterrorista. Según revelaba ayer el diario Radikal, Erdogan echó en cara los servicios secretos turcos, el todopoderoso MIT, la descoordinación en las tareas de información e investigación antiterrorista. Comienza a cobrar fuerza la idea de que los atentados del pasado jueves podrían haber sido impedidos si todos los datos hubieses sido procesados por una misma agencia de seguridad, tal y como se comprobó en EE UU tras el 11-S.

Alerta israelí

Por ejemplo, los servicios de espionaje de Israel habían enviado mensajes de alerta a Turquía desde hace un mes del peligro de ataques contra las sinagogas de Estambul. La oficina del primer ministro recibió también esta información, pero el MIT no comunicó a los colaboradores de Erdogan la gravedad de la amenaza.

Tampoco se había investigado en los círculos integristas formados por antiguos combatientes en las brigadas internacionales islámicas que lucharon en las guerras de Bosnia, Chechenia o Afganistán, donde Al Qaeda ha tenido su semillero de reclutas.

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Pero los generales y los sectores laicos de Turquía también reprochan a los gobernantes islamistas su escaso celo frente a organizaciones radicales islámicas como Hezbolá, un grupo turco que había participado en ataques contra nacionalistas kurdos en el sureste de Anatolia. Los procesos abiertos contra Hezbolá quedaron extrañamente paralizados tras la llegada al poder, hace ahora un año, del Partido de la Justicia y el Desarrollo, de Erdogan.

Mientras, la prensa turca, a su vez, se pregunta cómo es posible que los servicios de seguridad turcos no hubiesen comprobado que una de las furgonetas que estallaron frente a las sinagogas fue comprada por la misma persona junto con otro vehículo similar que contenía las bombas que destruyeron cinco días después el Consulado británico.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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