De la comisaría de General Pardiñas
Soy argentino y tengo 29 años. Soy bisnieto de gallegos y catalanes, además de italianos. He vivido gran parte de mi vida en Brasil, y he venido a España hace un año para hacer mis estudios de doctorado. Con todos los sabidos problemas que tienen los países suramericanos, y que he vivido siempre de cerca, creo que jamás en mi vida había pasado por una situación tan indignante y humillante como la que me tocó vivir el pasado viernes 7 de noviembre aquí en España. Ese día acudí con mi compañera a la comisaría de policía de la calle de General Pardiñas, en Madrid, con intención de hacer una simple renovación de mi tarjeta de residente.
Tras esperar cinco horas -sí, lo ha leído bien, cinco largas horas de un día útil, desde las 8.45 a las 13.45- en una cola para hacer la tramitación (una cola que no era demasiado larga, pero que avanzaba a una razón aproximada de 10-15 personas por hora), el encargado de la comisaría simplemente cierra las puertas, a las 13.45 (quince minutos antes de la hora de cierre, dígase de paso) e informa a los que aún quedábamos en la cola (unas 15 personas), sin ningún previo aviso, que no se atenderá a nadie más, ni tampoco se dará un número o cita para otro día.
Creo que cualquiera puede imaginarse cómo nos sentimos en ese momento. Como si fuera poco, al ver que la gente se juntaba delante de la puerta para averiguar algo, aparece un policía que, por sus actitudes, solamente podría definirlo como la encarnación de la estupidez. Dicho policía, que yo imaginaba que solamente existían en películas yanquis, se interpone entre la puerta y la gente y empieza a vociferar: "¡Está cerrado!", y luego, gritando a plenos pulmones: "¡¡¡Lárguense!!!", por supuesto, sin dignarse a contestar cualquier cosa a la gente, absolutamente perpleja. Aún me pregunto a que viene este trato, por supuesto, deliberado. ¿Acaso esperan que la gente se vuelva a su país tratándola de esa manera? ¿Ya no es suficiente que los españoles en general estén claramente molestos con la inmigración descontrolada y se trata de despertar una animosidad también por parte de los extranjeros? ¿O es que hay que "pagar un precio" - un día de trato como animales- para estar en un "país del primer mundo?" ¿Alguien podría explicármerlo? De lo que sí estoy seguro es de que mis bisabuelos, de estar vivos, estarían muy avergonzados.
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