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¿Mejor rota que roja?

Muchas son las causas del decepcionante resultado del PSC de Maragall. Dos de ellas forman parte del marco general: la crisis de la socialdemocracia y el imparable ascenso en todo el mundo globalizado de los sentimientos identitarios. El mejor programa socialdemócrata que el PSC ha presentado en su historia ha sido observado con indiferencia. Lo mismo le pasó a Jospin. Importa poco hoy en día, a las tres cuartas partes de la ciudadanía en buen estado de salud económica, la suerte del 25% restante en el umbral de la pobreza. Después de unas décadas de predominio ideológico neoliberal, al votante no le interesan las respuestas socialdemócratas. La socialdemocracia se preocupa de ensamblar los fragmentos sociales, de moderar diferencias para evitar tensiones y exclusiones. La socialdemocracia se preocupa de coser la sociedad, mientras que el neoliberalismo ha conseguido represtigiar la selva. En vulgar cotidiano, el neoliberalismo se resume en el "Ande yo caliente". Es probable que la socialdemocracia resurja en Europa cuando lleguen las vacas flacas, y que vuelva a decrecer, en cuanto regrese la prosperidad.

Los 40 barrios de Catalunya que están degradándose a ojos vista y que tenían un lugar preferente en el programa del PSC no importan al elector. El que puede se marcha de ellos. Y el que no tiene más remedio que quedarse, incuba un resentimiento que, en lugar de expresarse socialmente, como pasaba en los tiempos de la CNT, del PSUC o del primer PSC, se expresa identitariamente: los quinceañeros nietos de los andaluces ya no escuchan a Manuela de Madre, sino a las pandillas callejeras del nacionalismo español. El nacionalismo español es el triunfador tapado de estas elecciones. El héroe es Carod Rovira, pero en la siguiente ronda (marzo del 2004) el vencedor moral puede ser el PP catalán. ¿A qué venían estas cuñas electorales en castellano hablando de la seguridad firmadas por un PP que es responsable directo de la inseguridad? ¿Quién decidió la disminución de los policías, las nulas inversiones sociales y el abandono a su suerte de estos barrios que encajan toda la problemática que conlleva la inmigración? ¿A qué responde esta demagogia de la seguridad por parte del Gobierno que con su política económica genera inseguridad social? ¿No es esto, acaso, demagogia lepenista de guante blanco? Pronto el PP cobrará los réditos. Juega con fuego, con fuego levemente lepenista, salpimentado con españolismo. Y se llevará su parte del pastel de la Catalunya, ya no roja, sino rota.

Se desgarra todo lo que la generación de la Assemblea de Catalunya (con acentos progresistas, catalanistas, democráticos y cristianos) cosió con delicadeza. La unidad civil. Los nacionalismos en España, sea en la versión neofalangista de Aznar, sea en la versión romántica, herderiana, de Pujol se oponen, como el agua al aceite, a la idea socialdemócrata de zurcir, coser, ensamblar. España y Catalunya no son culturalmente puras (no son Alemania o Dinamarca). Lo sabemos: son un puzzle complejo que necesita guantes de seda y no armaduras. Las publicaciones de la FAES o la apelación de Aznar a los millones de hispanohablantes en Norteamérica para justificar su pacto con Bush evocan la idea joseantoniana, el destino imperial de España (varía la coyuntura, solamente: pesimista entonces, optimista ahora). Defensiva y más justificable, pero igualmente pura es la idea de Catalunya que Pujol ha conseguido enraizar en el corazón de la mayoría de catalanohablantes.

El mundo catalanohablante (y perdonen el concepto, sin duda simplificador) es el más homogéneo del país: acariciado diariamente por los excelentes medios de comunicación públicos catalanes, tiene una formidable coherencia interna. Sin vínculos profundos con este mundo, el resto de la población catalana conforma un espacio fragmentado por diversas influencias entre las que están, sin duda, socialistas y ex comunistas, pero también las entidades folclóricas andaluzas, radio taxi, la escuela catalana, TVE, Tele 5, Antena 3, la nueva inmigración y etcétera: un magma. Durante años, el PSC ha gobernado parcialmente este otro mundo a través de los municipios. Actuando como un dique de contención, pero incapaz de construir una cultura nueva. El PSC debía de haber hecho mejor los deberes ideológicos. El discurso que Manuela de Madre y Maragall apuntaron en esta campaña, el catalanismo inclusivo (en paralelo al de la España plural) era muy interesante, pero llega tarde. Era letra solamente: no había fructificado en la calle. Al contrario, en algunas calles germina ahora el españolismo. Las cadenas españolas fomentan la patria virtual en castellano, de la misma manera que TV-3 ha configurado la patria catalana virtual.

Muchas otras causas explican lo que ha pasado. El envejecimiento de la generación antifranquista, la burocratización y el enquistamiento de las castas socialistas, la campaña agresiva de CiU que el PSC decidió no contestar, la crisis infinita del PSOE, en el que, por añadidura, abundan barones populistas que pretenden, ¡santa candidez!, alcanzar a Aznar en su carrera españolista. Ni en Francia ni en Austria; ni en Catalunya ni en España: nunca la socialdemocracia podrá ganar la partida, desde la oposición y en momentos de pulsión identitaria, al nacionalismo. Son dos modelos antagónicos: uno apela a la razón para coser las partes del puzzle equilibrando y matizando. El otro apela a las vísceras. Si las llamas de la pasión patriótica avanzan como dos fuegos contrarios (que es lo que ahora sucede en España), es casi imposible hacer de bombero.

El análisis de las causas del fracaso debe, finalmente, detenerse en la figura de Pasqual Maragall. Es impresionante la fuerza con que ha cuajado en la Cataluña interior la caricatura de un Maragall deformado por todos los defectos personales y políticos. Artur Mas le acusó de ser víctima del "delirium tremens". Después se retractó. Ya había realimentado el infundio que las juventudes de CiU sembraron hace años. Un joven que regenta un bar muy concurrido, después de asegurarme que la mayoría de sus clientes están convencidos de que Maragall es víctima de lo que Mas aludía en su insulto, me preguntaba: "¿Pero qué mal ha hecho este hombre? Yo diría que en Barcelona lo hizo bien, ¿no?". ¿Qué podía responderle al joven barman? ¿Cómo es posible que el actor del mayor proyecto catalán de los últimos tiempos, los Juegos Olímpicos, sea tachado en los cafés de insoportable zascandil? Uno puede estar en total desacuerdo con él, naturalmente: ¿pero de dónde nace el odio a la persona? De Pujol. No encuentro otra explicación. Maragall es el único personaje que le ha disputado a Pujol el protagonismo. El president ha conformado de tal manera la parte homogénea del país, que incluso sus odios personales se han convertido en odios generales. Menos visible, pero igualmente extendida, es la imagen de Maragall como un criptonacionalista en los ambientes políticos o intelectuales del resto de España. También produce alergia en determinados ambientes progres de Barcelona. Desde los primeros años de Pujol, ningún otro político había sido tan burlado y degradado en público o en privado como Maragall. La diferencia es que Pujol sólo recibía ataques de adversarios. Maragall ha sido menospreciado en ambientes supuestamente favorables.

El PSC está en riesgo de ruptura. No a corto plazo, puesto que el resultado, siendo muy decepcionante, no es catastrófico. El PSC está en riesgo de ruptura a medio plazo, cuando el juego de las alianzas, ya en funcionamiento, provoque un determinado desplazamiento hacia cualquiera de los dos polos nacionalistas que tensan la actual coyuntura: el catalán o el español. Si a medio plazo el PSC se rompe, no se rompe solamente este partido. Se rompe el país. Éste es el gran riesgo. Me consta que algunos sectores de ERC son conscientes de ello. "Hay que salvar al PSC", dijo un veterano nacionalista, compañero de viaje de los republicanos: sabe que salvar el PSC es salvar la unidad civil. Con muchos errores, el PSC encarna la complejidad catalana. Salvar el PSC significa, simplemente, no hurgar en sus contradicciones, que son las del país. A lo largo de su victoriosa historia, CiU, que cultiva una finca homogénea, ha hurgado en ellas con pingües réditos electorales: "El PSC és mort!, ¡el PSC ha muerto!", gritaba ante las cámaras de TV-3 un luciferino Duran Lleida en plena campaña. Bueno, pues ahora realmente está en la UVI. Y detrás de él, un país mucho más descosido socialmente de lo que creemos. ¡Paseen por los barrios de Catalunya, por favor!

Los partidos son instrumentos sustituibles. El problema aparecerá cuando ningún partido sea capaz de coger la patata caliente de la complejidad catalana. Entonces los peores fantasmas se personarán en el escenario. Y al cabo de unos años, muchos añorarán aquel defensa central. Cierto: no metió un solo gol (los metía siempre el delantero centro), pero impedía la fractura.

Antoni Puigverd es escritor.

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