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Malos vientos de Poniente

Como buen poeta del pueblo, en el sentido más Vladimir Maiakovski que una puede recordar de su adolescencia de poesía épica, Martí i Pol sigue ofreciéndonos metáforas literarias para una realidad bien prosaica. La metáfora del viento de Poniente, por ejemplo: "ve de ponent, aquest mal vent...". Sin ninguna duda, estos días no tenemos rachas de Levante, cálidas y amables, ni rudas tramontanas nórdicas, azuzándonos el espíritu y el sentido del riesgo, sino un pesado y gélido viento contaminado que nos sobrecarga la atmósfera y nos dificulta la respiración. Hay poco oxígeno en los aires cargados... Y casi sin oxígeno nos están dejando con tanto vocerío mesetario, con tanta histeria desatada, con tanta presión poco o nada disimulada. En España han llamado a somatén, y así rugen las radios del régimen, los voceros del miedo, los agoreros del mal tiempo, los políticos del enfrentamiento. Leen lo ocurrido en Cataluña, y después de no entender nada de nada, sobre todo porque uno no va a cambiar un buen y sólido prejuicio por una simple verdad, deciden aplicar su patrón de análisis acuñado en pertinaz guerra dialéctica contra el enemigo vasco. ¡Ya está! Lo que ocurre en Cataluña es lo mismo que ocurre en el País Vasco. Y ¿qué ocurre en ambos dos? Pues que estas tierras díscolas, pobladas de galos irredentos, se han sublevado contra la madre patria y nuevamente peligra el sacrosanto imperio. Casi como en la crisis del 98, pero sin poetas. "¡Que no se vaya Aznar, que se destruye España!", clama el maravilloso Rodríguez Ibarra, incapaz, el hombre, de perder una oportunidad para quedar bien retratado. "Cualquier cosa menos el pacto con separatistas", grita Rajoy en la mismísima tierra catalana. "Los empresarios no están para experimentos inestables", insinúa un empresario sin empresa, eterno candidato a ministro del PP, desplazado a última hora por Julia -la Valdecasas, por supuesto-, y que siempre habla desde un nosotros mayestático. Hasta Jordi Pujol y Josep Antoni Duran avisan, pero no, pero sí, pero cuidado. Y decían ayer los rumores de la sala, que incluso el King en persona le pegó una bronca a Jordi en la cena del Premio Antonio Asensio: "Esto no puede ser, querido Jordi". "Pero, si yo ya no estoy", respondió el honorable. Sólo nos falta que la Iglesia toda, nuestra Antoñita la Fantástica en versión vaticana, levante la cruz cruzada, nos recuerde la misión española de Dios en la Tierra, y excomulgue los pactos demoniacos. El mundo, el demonio y la carne, pero reencarnado en Esquerra Republicana. Total, corre por ahí un lúcido pensador que ha escrito un libro titulado Franco, cristiano ejemplar, y a ningún obispo le ha dado un soponcio por la risa. Por la risa o... por la vergüenza. Con todos los poderes fácticos, pues, en posición de combate, con la lengua mediática desatada en los micrófonos del imperio, con los guerreros del antifaz clamando en los pasillos del partido socialista y con todos los previsibles del PP rugiendo lo previsible, sólo podemos constatar un viejo axioma: "Hay algo peor que un ignorante; un ignorante sincero".

Empachados, pues, de sinceridad, aquí estamos, en este momento cero de la política catalana, con todo el panorama abierto en canal, sometido el presente, no sólo a los parámetros lógicos de los agentes que actúan en él, sino también a las derivadas ilógicas que interactúan desde fuera. "El españolismo paranoico", que podríamos tildar, si Salman Rushdie, inventor del concepto islamismo paranoico, nos lo permitiera... A pesar de la convicción de ser un ejercicio estéril y, probablemente, aburrido, intentaré poner algunas sordinas a la música de Stravinski que tanto nos está torturando los oídos de la inteligencia. Lo primero, constatar lo evidente: algunos políticos de la izquierda auténtica lo son tanto, que prefieren a Aznar que a Maragall más Carod, lo cual certifica que la "España antes roja que rota" creó escuela más allá del fascismo. No me entretendré en Rodríguez Ibarra -clónico de sí mismo-, pero tanto él como Francisco Vázquez, como algún otro que corre por la meseta (y que ya está orgasmando sólo con saber que el primer retoño real se llamará Pelayo), son el paradigma de esa convicción que alentó el pensamiento de los mejores pensadores: lo peor de España son los separadores. Dicho lo cual, hablemos del PP, cuya militancia en la separación ha llevado a la situación de conflicto más importante entre España, Euskadi y puede que Cataluña de la historia reciente. Ciertamente se ha demostrado una estrategia que abultaba el voto y alimentaba el estómago, pero, ¿no hay nadie en el PP que esté preocupado por el monstruo que están creando? ¿A nadie le preocupa esta dinamitación de todos los puentes de diálogo? Criminalizar a Esquerra, como también al PNV, es una arma de triple filo: da votos en Toledo, pero también los da en Vic, y son de otro signo. Y, a la vez, destruye el espacio central donde entendernos. Aznar, pues, está haciendo méritos para patriota catalán, no en vano es el principal aliado de la mismísima Esquerra.

España, sin embargo, no es un desierto de la palabra. Entre los Rodríguez Ibarra y los Aznar, quedan las gentes que quieren hablar, que entienden un pacto de progreso como lo que es: el ejercicio soberano del mandato del voto. Gentes que no temen el debate sobre España porque no se relacionan patológicamente con ella, y que están preocupados por la destrucción del sentido común. ¿Habitan estas gentes en el poblado heterodoxo de la izquierda? No sólo, pero esperemos que sobre todo. Porque si los Rodríguez Zapatero no entienden el momento histórico catalán y no aplauden la inteligencia del pacto progresista que de él puede surgir, habrán hecho algo más que equivocarse en Cataluña. Habrán ayudado a la consolidación de la peor España. Ergo, confundiendo patriota con idiota, se habrán equivocado en España.

pilarrahola@ hotmail.com

Pilar Rahola es escritora y periodista.

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