Los 'mutantes' del Kremlin
Una periodista rusa revela en un polémico libro secretos de Putin
La introducción de la censura y de las restricciones informativas en Rusia tras la llegada de Vladímir Putin al poder son temas de un libro, que está produciendo furor en la clase política moscovita por sus anécdotas sobre los mutantes del Kremlin. La periodista de 30 años Yelena Tregúbova, la autora, que utiliza el término mutante para referirse al actual líder de Rusia y su séquito, describe una cita con Putin en un restaurante japonés, donde, según ella, el entonces jefe del Servicio de Seguridad del Estado (el SSE, sucesor del KGB) le habría insinuado que lo acompañara a pasar el Año Nuevo a San Petersburgo.
El domingo, el canal NTV, controlado por el monopolio estatal del gas (Gazprom), censuró un reportaje sobre el libro (Cuentos de un topo del Kremlin), que la editorial Ad-Marginem publicó con muchas dificultades hace unas semanas. En el reportaje censurado, que se pudo ver en la zona más oriental de Rusia, el presentador Leonid Parfiónov entrevistaba a Tregúbova en un restaurante japonés. El director de NTV, Nikolái Senkévich, asegura que tomó la decisión para no hacerle publicidad al libro, pero Parfiónov habla de censura política. En una reciente conversación con EL PAÍS, Tregúbova, que trabajó durante cuatro años en el selecto grupo de periodistas acreditados ante la presidencia de Rusia, aseguraba que "hasta hoy desde el Kremlin sigue llamando por teléfono a los medios de comunicación para decir qué artículos hay que publicar y qué artículos no deben aparecer".
Tregúbova fue despedida del periódico Kommersant poco después de publicar su obra. Antes había tenido que abandonar el Kremlin tras un largo tira y afloja con Alexéi Grómov, que acabó por vetarla tras un año de trabajo con Putin. "Ahora que los periodistas del Kremlin escriben o bien o nada sobre el presidente Putin, casi como se suele escribir sobre un cadáver, he decidido desenterrar mis archivos de topo", escribe la periodista. Tregúbova se pregunta "cómo pudo ocurrir que la joven élite política, los magnates de prensa y los mismos periodistas rusos pudieran renunciar con tanta facilidad a la libertad de prensa" y Rusia se encuentre de nuevo "al borde del autoritarismo".
"¿Por qué no celebramos juntos el Día del Chequista [la fiesta profesional de los funcionarios de los órganos de seguridad] en algún restaurante?". Tregúbova describe de esta forma la propuesta que el máximo chequista de Rusia le habría hecho en su despacho de la Liubianka al concluir una entrevista. Varios días después recibió una llamada del jefe del Gabinete de Putin, Ígor Sechin (hoy vicejefe de la Administración presidencial), para fijar la cita. Corría el mes de diciembre de 1998 y Putin la esperaba ya descalzo y sentado en el suelo de una auténtica ambientación japonesa. "He observado que en el restaurante, aparte de nosotros dos, no hay ni un solo cliente. Y fuera hay muy poco servicio de seguridad. ¿Acaso ha limpiado el barrio para esta comida?", le preguntó ella. "¡Qué cosas tiene!", comenzó a justificarse Putin. "Sólo he reservado una mesa para nosotros, eso es todo. ¿Acaso no tengo derecho a salir a almorzar alguna vez como una persona normal con una chica interesante y una periodista de talento..., o piensa que porque soy director del SFS eso no puede pasarme?". "¿Y eso le pasa muy a menudo?", se interesó Tregúbova. "No, no muy a menudo", fue la respuesta que habría dado Putin, al que la periodista trataba con el diminutivo de Volodia.
El futuro presidente dijo que no tenía tiempo para leer porque dedicaba sus ratos libres al deporte y desmintió las informaciones de otras fuentes del Kremlin, que advertían del peligro de un motín popular en Rusia. De repente, según Tregúbova, él preguntó: "Lena, dónde piensa celebrar el Año Nuevo". "No sé aún". "Pues yo quisiera ir a Píter... [la forma familiar de San Petersburgo]", habría dicho Putin sin acabar una frase que a Tregúbova le pareció que "sonaba como una invitación a ir a Píter". Al concluir el almuerzo, él le regaló una pequeña botella de sake.
La periodista deja muy mal parado a Alexéi Grómov, el secretario de prensa del Kremlin, que, según dice, introdujo nuevas reglas de juego: los periodistas críticos no eran acreditados para nuevos acontecimientos, nadie podía hacer preguntas al presidente no concertadas antes con su secretario de prensa y, además, nadie tenía derecho a interpelar a otros cargos oficiales cuando viajaban en delegación.
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