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Reportaje:HISTORIA

John F. Kennedy, 40 años después

Hace 42 años, en un día frío de enero, el presidente electo John Fitzgerald Kennedy llegó a Cambridge (Massachusetts) para asistir a una reunión de la Junta de Supervisores de Harvard. Después de la reunión estableció su cuartel general en mi casa y entrevistó a una serie de personas para darles un empleo en la nueva Administración. Entre una entrevista y otra, el presidente electo me ofreció ser uno de sus ayudantes especiales en la Casa Blanca.

Yo le dije que pocos historiadores podrían resistir la oportunidad de ver cómo se hace la historia con una perspectiva de primera mano. "No estoy seguro", continué, "de que pueda ser útil como ayudante especial, pero si cree que puedo serlo estaría encantado de ir a Washington". A lo que el presidente electo replicó: "Yo tampoco estoy seguro de lo que pueda hacer como presidente". Y tras una pausa estratégica añadió: "Pero estoy seguro de que en la Casa Blanca habrá trabajo bastante para mantenernos ocupados a ambos".

En el verano de 1963, Kennedy se puso a la cabeza de la cruzada en pro de la justicia racial. Fue el primero en declarar que se trataba de un asunto moral
La gran fuerza de la democracia descansa en su capacidad para corregirse a sí misma. La América de Wilson y Roosevelt, la de Kennedy, volverá algún día
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Allí empezó la experiencia más emocionante de mi vida. JFK tenía 43 años cuando se convirtió en el hombre más joven elegido para ocupar la presidencia de Estados Unidos, así como el primer presidente nacido en el siglo XX y, por supuesto, el primer presidente católico. La televisión nos ha conservado la personalidad excepcionalmente encantadora, la inteligencia fría y analítica, el ingenio ágil, con la capacidad para burlarse de sí mismo (cuando le preguntaron cómo se convirtió en un héroe de guerra respondió: "Fue algo involuntario. Mi barco resultó hundido"), la visión objetiva e irónica de sí mismo y de la historia. Representaba la generación que luchó en la II Guerra Mundial, con su actitud favorable a la deflación, su desdén por lo pomposo, su impaciencia ante las actitudes y devociones del pasado, su aceptación imperturbable del complicado presente, su mente abierta hacia el desconocido futuro.

Reserva de idealismo

Kennedy, como [los presidentes Woodrow] Wilson y Franklin D. Roosevelt antes que él, pretendió utilizar la reserva de idealismo del pueblo estadounidense; pero era también, como Roosevelt, un político práctico y tenaz. En una ocasión, Jacqueline le preguntó cómo se definiría a sí mismo. Y contestó: "Un idealista sin espejismos".

Y así fue como empezó la gran aventura de la presidencia. Resultó ser carne de leyenda, el joven dirigente que surge en nuestras vidas como un relámpago, iluminando los cielos, y luego, un día en Dallas hace 40 años, el héroe es asesinado, despojado de la plenitud por su trágico destino. El drama de la vida y muerte de John Kennedy despierta arquetipos profundos.

El suyo fue un triunfo al nivel del estilo, y los críticos han afirmado que no fue nada más que eso; que Kennedy era encantador, pero superficial; más preocupado por la imagen que por los logros; que hablaba mucho, pero hacía poco, y que asumía riesgos temerarios, tanto en su vida privada como en la pública. Sin embargo, la reciente publicación de Las cintas de Kennedy. Dentro de la Casa Blanca durante la crisis de los misiles cubanos y de Kennedy, Johnson y la búsqueda de la justicia. Las cintas de los derechos civiles han hecho dar marcha atrás a los revisionistas.

Las cintas de la Casa Blanca demuestran que la presidencia de Kennedy no fue sólo un triunfo del estilo, sino también un triunfo sustancial. Proporcionan material en bruto, sin adornos y sin procesar, para la historia. Muestran a Kennedy lidiando con la suprema crisis internacional de los años sesenta -evitar la guerra nuclear en el mundo- y la suprema crisis nacional: la búsqueda de justicia racial en Estados Unidos.

La crisis de los misiles no fue sólo el momento más peligroso de la guerra fría, fue el momento más peligroso de toda la historia de la humanidad. Nunca antes habían tenido dos potencias enfrentadas la capacidad técnica de hacer volar el planeta. Las conferencias de estadounidenses, rusos y cubanos para intentar reconstruir aquellos 13 días han dejado claro lo cerca que estuvieron Estados Unidos y la Unión Soviética de una guerra nuclear.

Kennedy estaba decidido a sacar los misiles nucleares de Cuba y a hacerlo de forma pacífica. Los jefes del Estado Mayor estadounidense propugnaban con vehemencia retirar los misiles por medio de un ataque aéreo sorpresa, seguido de una invasión. Ahora sabemos que las fuerzas soviéticas destacadas en Cuba estaban equipadas con cabezas nucleares tácticas y tenían autorización de utilizarlas para repeler una invasión. Si la invasión hubiera tenido lugar y los rusos hubieran utilizado las armas nucleares contra los soldados estadounidenses, sólo Dios sabe cómo hubiera acabado el conflicto.

Bahía Cochinos

Pero John Kennedy no vaciló en ir en contra de las recomendaciones de la cúpula militar. Tenía en baja estima a los jefes del Estado Mayor desde que habían respaldado el plan de bahía Cochinos. Robert Kennedy dirigió la lucha entre los miembros del Gabinete de su hermano contra un ataque sorpresa. "Un Pearl Harbour al revés", lo llamó, añadiendo: "Durante 175 años no hemos sido esa clase de país".

Así pues, la invasión de Cuba nunca tuvo lugar y el mundo se salvó de la guerra nuclear. En 1963, el presidente Kennedy llevó la guerra fría hacia la distensión con su discurso en la Universidad Americana, el tratado de prohibición de pruebas nucleares y la creación de una línea directa entre el Kremlin y la Casa Blanca.

En el año 1963 fue también cuando la revolución a favor de los derechos civiles alcanzó su punto álgido. El empuje de los negros estadounidenses al exigir sus derechos constitucionales enfrentó a Kennedy con un grave desafío interno. Los Kennedy (Robert, como fiscal general, estaba encargado de la puesta en vigor de las leyes y decisiones judiciales) se habían declarado a favor de los derechos civiles, pero para ellos era un tema a medio plazo, políticamente insostenible por el momento. Ellos, como la mayoría de los estadounidenses blancos, subestimaron la urgencia y la intensidad moral del movimiento a favor de los derechos civiles.

Limitaciones militares

Así como bahía Cochinos enseñó a Kennedy las limitaciones de los militares profesionales, también los gobernadores sureños le mostraron hasta dónde era capaz de llegar el sur blanco para impedir la igualdad de derechos para los norteamericanos negros. Luego, en la primavera de 1963, la televisión mostró a los estadounidenses blancos el uso brutal de perros que gruñían y de mangueras de incendios a presión en Birmingham (Alabama) para dispersar una manifestación no violenta encabezada por Martin Luther King. La América blanca quedó horrorizada y los derechos civiles se convirtieron por fin en una posibilidad política.

En el verano de 1963, el presidente Kennedy se puso a la cabeza de la cruzada por la justicia racial. Fue el primer presidente en declarar que la igualdad de derechos raciales era "un asunto moral... tan antiguo como las Escrituras y tan claro como la Constitución de Estados Unidos". Tras los asesinatos de 1968, los estadounidenses negros cantaron a John, Martin y Bobby, los tres dirigentes asesinados que se identificaban con la cruzada en pro de los derechos civiles. Y por defender la Constitución, los demócratas perdieron el sur ante los republicanos.

El interés generalizado por el legado de Kennedy 40 años más tarde significa que el mundo ha perdido algo esencial con la muerte de JFK. Puede que lo que se haya perdido fuera una visión de Estados Unidos como una república humana, racional y democrática que trabajaba junto a otros países, y con Naciones Unidas y las instituciones internacionales, para promover la democracia, los derechos humanos y la paz.

El presidente Kennedy dijo en 1961: "Debemos afrontar el hecho de que Estados Unidos no es omnipotente ni omnisciente, que sólo sumamos el 6% de la población del mundo, que no podemos imponer nuestra voluntad al otro 84% de la humanidad, y que, por consiguiente, no puede haber una solución estadounidense para cada problema del mundo".

La gran fuerza de la democracia descansa en su capacidad para corregirse a sí misma. La América de Wilson y Roosevelt, la América de Kennedy, volverá algún día.

Arthur Schlesinger, Jr. 2003 / The Wylle Agency (UK) Ltd. Traducción de News Clips

El presidente Kennedy trabaja en el despacho Oval de la Casa Blanca, con su hijo John, en 1963, año de su asesinato.
El presidente Kennedy trabaja en el despacho Oval de la Casa Blanca, con su hijo John, en 1963, año de su asesinato.AP

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