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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Letras para ranchera

La experiencia del mexicano Daniel Sada como cuentista, amasada en cuatro libros, Un rato (1984), Juguete de nadie (1985), Registro de causantes (1990) y Tres historias (1991), se le ofrece ahora al lector en este volumen de cuentos completos editado por Debate.

Su novela Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (Tusquets, 1999) no dejaba lugar a dudas acerca de hasta qué punto, para Sada, no es el espacio narrativo, ni el tiempo, ni la peripecia siquiera, sino el lenguaje el que configura el universo narrativo: sus criaturas van siendo conforme hablan, y las páginas del audaz escritor mexicano resultan sonoras porque es la fuerza de la parole -que no la langue, matizamos, guiñándole un ojo a Saussure- la que impulsa los relatos, infestados de jergas, ruidos, músicas, muecas y palabros que los personajes se afanan en pergeñar para fraguar sus identidades y evitar el anonimato. "Bizbirondo", "cacajo", "trompillos" o "chiclotes" construyen a la mata callando un fresco expresionista del México recóndito y de sus criaturas, redimidas de su purgatorio existencial por obra y gracia de la palabra.

TODO Y LA RECOMPENSA. CUENTOS COMPLETOS

Daniel Sada

Debate. Madrid, 2003

327 páginas. 17,50 euros

Un desfile ajetreado de fulanas,

enanos, plañideras, borrachines, beatas, toreros, muñecos, burlones y equilibristas compone el tragicómico universo de estos cuentos que, a trompicones, alcanzan a dibujar un México recóndito y popular que completa el de los collages de Lowry, el ruralismo oral de los sombríos monólogos de Rulfo o los mitos de Fuentes. He aquí un retablillo del mexicano de a pie, ataviado con su lenguaje genuino y coloreado y grotesco como aquellas figuras menesterosas que se apiñan en los lienzos de James Ensor. El estilo en extremo pintoresco del narrador mexicano da pie a que incontables párrafos en realidad no se lean, se contemplen como cuadros que aciertan a detener la vida. Sada prohíbe el eufemismo, estiliza el lenguaje callejero hasta volverlo materia poética, destila el habla oral, colecciona voces del mismo modo en que el entomólogo colecciona insectos para recrear un hábitat y, como Rulfo en 'Macario', 'Luvina' o 'Paso del norte', de El llano en llamas, convierte el simulacro de oralidad popular en exquisita muestra de virtuosismo estilístico. Cuentos como 'Quién es quién o quién no es alguien', 'El arte de la briba', 'Eumelia' o 'Todo y la recompensa' se enmarcan en cierto costumbrismo festivo y a la vez engagé, capaz de descripciones sumamente plásticas, que en ocasiones traen a la memoria del lector de aquí páginas de Valle con la sátira subida de tono. Otros pocos cuentos, en cambio, se escoran hacia la alegoría, como 'La voz del río' o 'Cuando nada pasa hay un milagro que no estamos viendo', suerte de elogio del espejo en su condición de símbolo de la vanitas.

En Parece mentira, bajo la barahúnda de palabras se dejaba ver una parodia del fraude electoral en el México profundo. En estos cuentos reunidos en Todo y la recompensa -volumen que, sea dicho de paso, escamotea toda referencia al original del que se espiga cada relato- se vislumbran las tres virtudes teologales de la cultura mexicana, a saber, escatología, violencia y muerte. Sus historias aciagas o festivas suceden en el norte de México, pero rindámonos a la evidencia de que lo que en realidad persigue la geografía humana que recorren los narradores de Sada no es otra cosa que aquellos paisajes del alma, así los llamó don Miguel de Unamuno, que dibujan la condición humana.

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