"El Príncipe se casa con la prensa: jugada perfecta si lo asume"
José Luis de Vilallonga (Madrid, 1920) tenía ayer el clásico día de ajetreo editorial con la presentación de La rosa, la Corona y el marqués rojo, cuarto y último volumen de sus Memorias no autorizadas (Plaza y Janés).
Pregunta. Usted es monárquico y periodista. ¿Qué opina del anuncio de matrimonio de don Felipe con Letizia Ortiz?
Respuesta. El Príncipe se está casando con la prensa. Es una jugada perfecta si lo realiza conscientemente y la pareja lo asume como tal. La Reina será una colega lista y profesional, nadie hasta ahora ha puesto eso en tela de juicio. Ya que don Felipe no está obligado a casarse con una princesa, es bueno que la futura Reina sepa las cosas que sabe la gente normal: qué cuesta un litro de leche o el billete del metro. Él no lo sabe.
"El periodismo que yo he practicado ya no existe. Se trabajaba a seis meses vista"
P. Ya. Pero si tanto se tiende a la normalidad, si tanto se prescinde de la liturgia monárquica, entonces lo más normal es la República, en la que no cuentan los derechos hereditarios, sino los votos.
R. He llegado a esa misma conclusión hace ya tiempo. El éxito de la jugada dependerá de cómo la pareja sepa capear ese temporal.
P. Veo que en Barcelona ya no se hospeda en el Ritz, que tantas veces aparece en sus memorias, sino en el Juan Carlos I. ¿Reafirmación monárquica?
R. No, por Dios. Es que el director de este hotel es amigo mío. Cuando te alojas con frecuencia en un hotel es importante ser amigo del director.
P. Al principio de La rosa, la Corona y el marqués rojo cita usted a André Malraux y Curzio Malaparte, a los que venera y a la vez considera "mentirosos de altos vuelos". Hoy ese periodismo es imposible.
R. Bueno, es que el periodismo que yo he practicado ya no existe. La revista Paris-Match, por ejemplo, te encargaba con seis meses de adelanto una entrevista con la reina Sikrit en Tailandia. Te pedía que te hicieras amigo suyo, que desvelaras su intimidad. Imagínate, se trabajaba a seis meses vista.
P. Cita también como uno de sus maestros a Josep Pla, del que, junto a su calidad, se han comentado con frecuencia los plagios.
R. Le tenía una gran admiración y ahora mismo estoy leyendo su Diccionario de literatura, que me parece espléndido. A Pla le conocí en el bar Términus, en la confluencia del paseo de Gracia con la calle de Aragón, después de la guerra. Me presenté y él me espetó: "Y usted, ¿qué quiere ser en la vida?". "Escritor", no vacilé en contestarle. Entonces me habló de Las vidas de Giorgio Vasari, que por una de aquellas casualidades yo conocía. Sólo entonces me autorizó: "Escriba, joven, escriba". De Pla he aprendido que dar con el adjetivo adecuado es lo más difícil del oficio de escribir.
P. Se cumplen ahora diez años de la muerte de Federico Fellini. Usted intervino como actor en Julieta de los espíritus.
R. Le conocí cuando fui a cubrir el rodaje de Ocho y medio. Me insistía en que los directores para los que había trabajado sólo me daban papeles insulsos de aristócrata español y que él me iba a ofrecer uno mejor. Eso llegó con Julieta. ¿Qué papel me propuso? De aristócrata español, el mismo de siempre. Pero fue precioso. Giulietta Masina era bajísima, casi una enana, y salíamos en una escena bailando. Ella refunfuñaba, decía que aquello no podía ser. Entonces Fellini paró el rodaje e hizo colocar una tarima que tardó dos horas en montarse. Cuando estuvo lista, Masina se encaramó a ella. "¿Qué haces?", le preguntó Fellini. "La tarima es para José Luis". De modo que bailamos con ella llegándome a la bragueta. Puro Fellini.
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