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Crítica:EMOCIONA!!! JAZZ | Mike Stern
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Band Vuelta a lo básico

¿Alguien se acuerda, en estos tiempos de complejas ecuaciones mestizas, del sencillo teorema del jazz-rock? Mike Stern, sí, y, además, en su enunciación más directa y cruda. Aunque ya había colaborado con músicos importantes, Jaco Pastorius, Billy Cobham y el grupo Blood, Sweat & Tears, entre ellos, el guitarrista estadounidense se dio a conocer con Miles Davis a principios de los ochenta.

Era entonces un hombre obeso sin paliativos, pero adelgazó drásticamente cuando se independizó. El suyo debía de ser un problema metabólico de fácil arreglo, porque sigue manteniéndose en su peso. Se saca a colación este aspecto más bien frívolo por el evidente paralelismo que mantiene con su desarrollo profesional. En efecto, su música también parece haber adelgazado una vez liberada de michelines poco favorecedores. Ahora hace jazz-rock seco y huesudo, que suena tanto mejor cuanto más leña le echa a la caldera. El blues de B. B. King y Eric Clapton, sus dos primeras influencias reconocidas, sigue a la cabeza de su ideario.

Mike Stern Band

Mike Stern (guitarra), Alain Caron (bajo), Bob Franceschini (saxo tenor) y Lionel Cordew (batería). Auditorio del Conde Duque. Madrid, 4 de noviembre.

Por supuesto, Stern (Boston, Massachusetts, 1953) no ha olvidado las lecciones recibidas de Pat Metheny en Berklee y, quizá para introducir algún contraste, garabatea ambigüedades armónicas como cartas dirigidas a sí mismo o compone temas de ambiente bucólico y caramelizado. No es ése su fuerte: lo suyo es mover los dedos sobre el mástil como un pulpo acosado por una avispa para describir líneas de meteorito impaciente y atacar acordes broncos y acorazados. Entonces, salvando las distancias de calidad y trascendencia histórica, recuerda los estilos de los Hendrix, Zappa o Terry Kath, aquel estupendo y malogrado guitarrista del grupo Chicago. Como ellos, Stern es capaz de alcanzar clímax catárticos, no demasiado originales en su caso, pero todavía suficientes para provocar cosquilleantes descargas de adrenalina.

Pese a que dos magos de las teclas, Gil Goldstein y Jim Beard, le han ayudado en sus últimas producciones discográficas, llevándole seguramente hacia un terreno en el que no se siente del todo confortable, también se comprobó en el teatro Conde Duque que Stern ha tomado la valiente iniciativa de prescindir de sonidos galácticos. Así, consiguió evitar distracciones ambientales y que el resto de la banda pudiera galopar, sobre tierra firme, sin miedo a levantar polvaredas, en especial el batería Lionel Cordew, un hombre con espaldas y brazos propios de un masajista de hipopótamos. Menos aplastante, Bob Franceschini confirmó que los tenores de origen italiano tienen algo de particular (basta citar a tres cabezas de serie como Garzone, Lovano y Bergonzi) incluso cuando, como en su caso, sigan la turbulenta estela de Michael Brecker. Al margen de algún destello virtuosístico nada molesto, Alain Caron también se comportó como un estupendo actor de carácter, a pesar de figurar destacado en el cartel y de manejar un bajo de seis cuerdas apto para batir marcas de velocidad.

Los cuatro se bastaron para devolver vigencia al jazz-rock, un término añoso que, en su acepción escueta, casi parece pertenecer ya a una lengua muerta.

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